Estaba
dispuesto a que me gustase, listas las neuronas espejo. El tema y la
historia me atraían, un asunto recurrente en los lectores
informados, en los profes de historia: el caso Dreyfus, el
antisemitismo, la injusticia, ilustración frente a oscurantismo.
Durante doce años, de 1894 a 1906, la sociedad francesa vivió
conmocionada por un asunto judicial y político. El capitán Alfred
Dreyfus, judío, fue acusado y condenado en un caso de espionaje y
traición y desterrado en la Isla del Diablo, enfrente de la Guayana
francesa, por el delito de alta traición. Al espía culpable lo
exoneraron en juicio. Emile Zola desveló en un vibrante artículo,
J'Accuse,
el antisemitismo y la injusticia del caso, haciendo que muchos
intelectuales cambiasen de opinión en favor de la verdad. La
película lo reconstruye.
Y
no es que todo eso no esté en la película. Cuál es el problema.
Que Polanski lo cuenta al modo antiguo, al modo fríamente clásico,
con una fidelidad perruna a las formas y escenarios decimonónicos.
Su amor al detalle levanta el polvo de los legajos guardados en los
viejos armarios y traspasa la pantalla. Pero el espectador tiene que
hacer un gran esfuerzo para empatizar. Polanski apela a la razón y
al juicio, no me parece mal, pero lo que está haciendo es cine y el
cine es emoción, no un ensayo. Hasta escoge a
un actor poco agraciado o lo presenta como tal para el personaje de
Dreyfus de modo que no nos mueva la compasión sino el justo juicio.
Los enemigos del orden liberal, cualquiera que sea el extremo en el
que se sitúen no cejan en mover emociones para destruirlo, debemos
combatirlos con sus armas además de con la razón. El antisemitismo
sigue existiendo, como la apelación a la patria, como lo hacían
aquellos generales franceses, que la anteponían a la justicia, al
reconocimiento del error, como existen las tribus nacionales, el
interés de la política por delante de la verdad. La franja
ilustrada de la población, el pensamiento racional, el ansia de
verdad es muy estrecha, no hay que bajar la guardia.
El
error de Polanski, como antes de Scorsese, es pensar que el
clasicismo es inalterable, que con evocarlo basta. No hay que abrir
una fosa entre el lenguaje clásico y la actualidad, sino
actualizarlo. Todd Haynes, Woody Allen, Clint Eastwood, por ejemplo,
lo hacen.
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