sábado, 21 de diciembre de 2019

Carl Woese


De El subsuelo, David W. Wolfe
"Pensé en lo distinto que era visitar a un científico que está en lo más alto de su profesión y, por ejemplo, a un político o empresario que está en lo más alto de la suya. No estábamos en un ático con vistas, y tampoco había sillones de cuero ni un escritorio enorme de maderas exóticas ni barra de bebidas alcohólicas (a menos que se pudiera dar ese uso a los viejos fregaderos de laboratorio con grifos que goteaban). mientras que un político de primera fila hombres y dentro de una compañía de la lista Fortune 500 lucirían un traje de Armani, Woese llevaba zapatillas viejas de tenis, pantalones caqui holgados y una camisa sencilla de franela remangada. Me gustó aquella humildad porque indicaba esa falta de pretenciosidad que es habitual en las ciencias". (El subsuelo, David W. Wolfe).

Carl Woese llegó a la biología por casualidad. Era físico cuando alguno de los físicos, como Linus Pauling, empezaron a hablar de física molecular. Woesse era un intruso. Woese empezó a buscar patrones biológicos no observando, no fiándose de lo visible, sino de lo no visible. Hasta ayer mismo el cosmos era para nosotros lo observable, incluso los instrumentos diseñados para aumentar nuestra capacidad estaban en función de lo visible, ya fuesen telescopios o microscopios. Pero, y si lo observable, como la luz visible, no es más que una mínima parte de la realidad. Vemos, percibimos, ordenamos, representamos. La vista es nuestro organizador en el trabajo y en el ocio. En biología, por ejemplo, la Scala Naturae de Aristóteles o el Systema Naturae de Linneo son abstracciones sencillas de lo visible. El mundo de lo vivo se organiza en dos reinos, animal y vegetal, que se subdividen en clase, orden, género y especie. Tuvo que llegar Pasteur, en el XIX, para reconocer que, como en el espectro de la luz visible, todo eso no era más que una delgada capa de realidad. Existen los microbios y estos tienen una importancia capital. 

Así que Carl Woese, el intruso, buscó un método no visual, la genética molecular, para tratar de comprender aquello que se nos había escapado. Estudió a unas raras criaturas productoras de gas natural, los matanógenos, a partir de la organización de los nucleótidos en las moléculas de ARNr, cuando todavía no teníamos la moderna maquinaria de secuenciación. Lo hizo aislado, en el laboratorio de la universidad de Illinois, en Urbana, con procedimientos tediosos, laboriosos, lentos, ajeno al tiempo y a la posible repercusión, algo parecido a lo que Darwin había hecho durante los cuarenta años que dedicó al estudio de las lombrices. Woese descubrió que la biomasa del subsuelo es mayor que la de la superficie calentada por el sol, una nueva biosfera que podía ser muy profunda y muy caliente. Cuando dio a conocer sus resultados, en 1977, los popes de la biología de entonces lo desdeñaron. Descubrió un reino o superreino del que no se tenía noticia, la Archaea, que nada tenía que ver con los eucariotas o con las bacterias. 

A partir de Carl Woese, la representación visual del árbol de la vida ya no puede ser aquel sencillo árbol bidimensional que hemos estudiado en la escuela hasta hace poco. Ahora la base es compleja y ya no podemos hablar de reinos, sino de superreinos o dominios: Archaea, Bacteria, Eukaria (que incluye a plantas, animales, hongos y protozoos), “toda la diversidad visible de la vida que vemos a nuestro alrededor, las plantas y animales multicelulares, está representada por un par de pequeñas bifurcaciones de una rama, la rama de los eucariotas, del nuevo árbol universal”. Carl Woese trabajó como lo hizo otro intruso que revolucionó la biología con sus lentes de aumento en el siglo XVII, Leeuwenhock, por eso es uno de los pocos que tiene el premio que lleva su nombre. Por supuesto no recibió el premio Nobel.

No hay vida más notable que la de un científico. Iba a escribir bondadosa, pero no, aunque en la escala de los valores están a la par ambos especímenes, científico y bienhechor, uno se preocupa por conocer y desentrañar y no necesariamente por el bienestar de la gente aunque de sus descubrimientos se derive el bien, cosa que sí ocurre con el altruista que trata de aliviar la miseria humana. Hay excepciones y egoísmos en ese tipo de hombres, pero la humanidad les debe casi todo.

No hay comentarios: