lunes, 18 de noviembre de 2019

Nihilismo



Epaisaje es bellísimo, las playas negras como las rocas, producto de la lava, las montañas verdes en esta cara norte de la isla, las cumbres atrapadas en nubes permanentes, el caserío de color, la vegetación exhuberante. Pero qué pasa con el hombre que colonizo este paisaje, qué ha sido de él. Durante la mañana he creído que la isla me pertenecía, como debería creerlo cualquier hombre que pise la tierra. He caminado por la abrupta costa solo, hacia el noreste, dejando huellas donde no las había, he atravesado barrancos y pedregales a los que lamía la espuma del oleaje y subido un acantilado que no se terminaba. El esfuerzo y la soledad, la emoción, me impedía pensar. Simplemente caminaba sin saber adónde iba, dónde estaba el sendero que me devolvería al asfalto. He acabado en el mirador de Santa Úrsula. 

Un hombre al que le bailan los pocos dientes en la boca me ha dicho qué guagua coger. Tiene ganas de hablar. Durante unos minutos, en un aparte, ha hablado con otro. Cuando se ha ido me ha dicho: "Soy una buena persona, no me meto con nadie pero ayudo en lo que puedo, le he dicho que se ponga a caminar, tiene una depresión muy fuerte, aunque hoy menos que otros días, no hay como caminar para curar eso, hablo con todo el mundo, salvo un par de personas a los que digo que no me dirijan la palabra, ahora voy adónde mis nietos, ellos me mantienen con vida". Cuando llegamos a La Orotava me dice qué tengo que hacer para hacer el transfer. Como tengo tiempo me tomo un café y allí en la cafetería está el hombre, echando monedas en el tragaperras. Está un buen rato, cuando se va, creo que me ha visto, aunque estoy de espaldas, no me dice nada.

Por la tarde camino hacia el suroeste. El sol que cae en el horizonte juega con las nubes. Hay gente en la playa y en las terrazas, se nota la desolación de la tarde de domingo, acentuada por el lugar y la época. Qué otro lugar mejor que este para palpar el nihilismo. Turismo vacacional y turismo residencial, el futuro está ahí. Lo han descrito los mejores novelistas de esta época: David Foster Wallace en América, Michel Houellebecq y Knausgard en estas mismas islas. Cuando paso Punta Umbría aparecen dos enormes bloques de apartamentos con hotel. Entro con ganas en la cafetería, alemanes en butacas frente al mar con la mirada perdida. Salgo sin ellas, camino por la urbanización, donde apenas hay movimiento. Un ruso en su lengua me grita que la calle por donde voy no tiene salida. Allí mismo, una pintada en la pared, que una mano de cal no ha borrado del todo, dice,  'burgueses al gulag',. Quién podrá querer tan mal a estás almas perdidas, a las que lo más que se les ofrece es vagar por calles sin identidad o ver espectáculos con niños, animales enjaulados haciendo el mico (Loro Parque) o a los mismos niños deslizarse por toboganes de agua (Siam World), y cuando se apagan las luces, obligada música en el hall del hotel, boleros y guantanameras, o bien, como veo en dos parejas, cuando el sol se ha hundido del todo en el océano, apoyarse unos en otros para llegar hasta el próximo garito.

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