miércoles, 2 de octubre de 2019

Pura pasión, de Annie Ernaux



El proyecto literario de Annie Ernaux cobrará sentido cuando ponga punto final a su obra o cuando la naturaleza se le adelante y lo haga por ella. Muchos escritores obsesionados por su fidelidad a la realidad tienen el mismo concepto de la literatura. Un ramillete cuya lista no voy a hacer ahora, me he vuelto perezoso. Ernaux, como Knausgard, por ejemplo, mira hacia atrás, incluso hacia el ahora, y lo segmenta en unidades significativas: la infancia en la cafetería-tienda de ultramarinos de sus padres, la adolescencia, el matrimonio, un aborto, el Alzheimer, la muerte de su madre por cáncer de mama o una pasión loca por un diplomático del este durante unos meses, y las convierte en novelas. Morceaux de vie que agrupados y leídos de un tirón darán fe de una vida real, la de Annie Ernaux, como podrían darla de nosotros si tuviésemos paciencia y rigor y escapando a la vana discusión nos sentásemos delante de un teclado o de una grabadora. La literatura se ha encontrado por fin con su gran objeto, la realidad. Ya no fantasea sobre ella o la aborda con pamplinas o la sublima, ni la toma como excusa para el juego retórico o la exhibición del laborioso artesano de las letras. Qué patéticos aquellos hombres que admirábamos, los Saramagos, los Sampedros, los Márquez, los Sartre, los Cela, incluso los Borges, aunque haya un foso oceánico entre ellos. Hombres de letras, como si el escribir los convirtiese en semidioses. Solo los hombres del pasado que se acercaron a la vida, a lo real, perduran y seguimos leyéndolos.

Ernaux en Pura pasión, se olvida de las florituras, para qué. Y no necesitó muchas páginas. Podríamos pensar que la escribió en papel de estraza. Cuando lo hizo, a comienzos de los noventa, todavía con él envolvíamos el pescado. Sí, estaría bien recuperar el manuscrito, una suerte de Fontaine de Marcel Duchamp de la literatura. Aunque habrá muchos hombres de letras que reclamarán para sí tan trascendental paso. Escritura en crudo, sin cocinar, con el olor del pescado entre los dedos, resbaladizo, pringoso, con un punto de putrefacción en las escamas. No cuenta tanto la morfología de la pasión, su disección, pues cada uno la tiene o la ha tenido a su manera, unos feliz, otros esclava, unos perfumada, otros nauseabunda, cada uno con su propia alteración química, con su circunstancia social y económica diferentes, como contarlo sin trabas y que el lector compare y pueda sacar sus conclusiones. La condición, como en el caso del futbolista distinguido, es tomar pausa, pararse para escoger la palabra adecuada, saber apreciar la diferencia temporal y chutar. Annie Ernaux sabe hacerlo.


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