Voy
pasando hojas, primero un libro, luego otro, voy
pasando
poemas
debería decir, porque cada
poema equivale a una página, me quedo con un verso o un conjunto de
ellos, vuelvo atrás, a una palabra que retengo y suena como una
campanilla para ver sus resonancias en la
frase o en el poema entero, anoto uno, dos,
tres, no especialmente llamativos,,
sigo, veo que hay un mundo de detalles, de vivencias, que me resulta
hermético, que no resuena en mi, como si el conjunto no estuviera
completo y cada poema fuese un bosquejo, una sensación en el aire,
apenas apuntada, sé que la poesía se completa en el lector, que sin
él está muerta, así que debo ser yo, falla el instrumento, pienso,
no la partitura, no estoy afinado, hace tiempo que no volvía, que no
ensayaba la
lectura de poemas,
a la raíz de la lengua, bullen
en mí las voces, sé que sin el silencio el poema no es nada y yo,
su instrumento, tampoco, así que cierro ambos libros, los dejo sobre
la mesa y abro la libreta para escribir de otra cosa, más urgente,
más tonta.
Ha
pasado un día,
cojo los libros con la misma intención, abro uno de ellos al azar,
no me hace falta más, en ese poema que ayer pasó mudo ante mis ojos
hay un mundo entero, un mundo que estaba en mí y que ahora suena con
tañidos tristes y veraces.
Llevo
tu nombre y sombra tuya
en
mi voz pero tu corazón no fue el mío,
mancha
oscura de aceite que alcanzo casi
a
percibir. Hijos, marido, rudeza, comunes
nombres
semejaban destino, mujeres
que
los pueblos conocen. Cerrado
olor
de olivo, pena y arrebatada
ira
a intervalos, corazón. Escucho
a
lo lejos, sombra tú, qué nube
se
posó donde estabas.
(Y
todos estábamos vivos; El solo del animal.
Olvido
García Valdés)
No hay comentarios:
Publicar un comentario