Este
es el poema perdido
que exaltaba
la tarde dorada,
la
tarde en que el sol se malmetía en el lejano occidente,
en
el había pájaros cantando con tantas voces que yo no podía
distinguir,
uno
que prolongaba su voz melancólica, el que llamaba insistente, el que
repetía un trino incansable,
el
que picoteaba el aire con breves llamadas,
en
él había una pared llena
de sol a
la
que los gurriatos entraban
por las
rendijas,
en
él había una bandada de estorninos que
se agrupaban
en
las antenas,
en
las torretas eléctricas, en la cumbrera de las casas,
para
buscar el árbol de la noche,
en
él había dos gallos que repicaban,
en
él sonaba
el regato del
agua cayendo
en
el arroyo,
en
él había silencio y había música y había serenidad,
en
él estaba yo y estaba ella,
ya
no habrá poema,
esa
tarde dorada ya no volverá,
ni
volverá mi corazón henchido
Pero
cuando el sol iba cayendo
en el lejano occidente, me he puesto en manos de Schumann, ya que
no podía en las de Clara Wieck, buscando acordes en las
franjas rosa y naranja de los bajos y delgados
cirros, “Ella es poesía, ella es el poema” decía de Clara
Robert
Schumann.
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