Big
Little Lies es una comedia
inteligente que evoca el espíritu de esta época. En la primera
temporada afirmaba el feminismo, la distinción de género, la
diferencia con el hombre, una afirmación jubilosa, un canto positivo
de la diferencia. Había problemas en la relación entre los géneros,
serias dificultades, incluso violencia verbal y física, pero todo
ello se veía como un canto a la vida, la parte positiva alegre
efusiva jubilosa de cualquier rebelión que
comienza. Contribuía la belleza de las cinco protagonistas, el ritmo
vivo de las escenas, la música que las acompañaba, especialmente la
música. Era juvenil. Las cinco mujeres son amigas, su amistad es tan
potente que forma una entidad aparte, superior a sus circunstancias
particulares, tanto que cuando la temporada se cierra con la muerte
del machista las cinco se conjuran para atribuirla al grupo.
La
segunda temporada parte de ese hecho, de la conciencia de grupo y de
la muerte en que están implicadas. Cada uno de los siete capítulos
comienza con el recordatorio. Pero la voluntad de los guionistas es
de diferenciarlas, cada una es mujer a su modo, cada una tiene una
relación problemática con un hombre, hombres ahora cambiados,
domados podríamos decir, blandos, dispuestos como esponjas a asumir
su nueva condición. Ya nada es igual, el hombre y la mujer que han
nacido tras la revolución feminista nada tiene que ver con los
viejos roles, han de aprender nuevos comportamientos, nuevos modos de
ser. Pero si en la primera temporada el animal a batir era el
tradicional hombre machista ahora se le combate en el interior de la
mujer que sigue conservando la tradición, los
viejos roles. El juego
dramático que toda serie necesita está ahora representado
en dos mujeres que asumen
o defienden el viejo estatus:
Meryl Streep es la madre del hombre muerto que como abuela reclama la
custodia de los dos gemelos aduciendo que su madre es inestable y un
mal ejemplo para ellos. Las dos se enzarzan en una disputa judicial.
La otra es la madre de una de las protagonistas, postrada en cama en
un hospital, donde la hija recuerda una infancia con violencia. En
paralelo hay otras historias menores: la mujer infiel que no quiere
perder a su marido y el esfuerzo de ambos por reconciliarse; una
mujer violada que se esfuerza por superar el trauma en compañía de
otro hombre, y otras dos mujeres que se dan cuenta de
que el hombre con el que
viven no es el que les conviene. En
la serie hay mucho más que eso, hay diálogos inteligentes, las
mismas breves escenas a ritmo vivo, música, madres con niños y,
sobre todo, el intento de desenredar la dialéctica de nuestro tiempo
entre el yo indiferenciado y sin embargo necesitado de afirmación y
el nosotros que, como el dios de nuestro tiempo, exige sumisión.
Esta época se está
construyendo de modo muy distinto a la que venía de la liberación
sexual de los 70. Como en todo cambio algo se pierde y algo se gana.
La condición sexual, la
relación de pareja, la familia, los niños está en movimiento sin
saber aún cómo se va a fijar. La serie trata de todo eso. Una
gran serie.
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