Esta
es una de esas novelas que te hacen guiños desde el estante para que
la tomes y la manosees unas cuantas horas con la promesa de lágrimas,
ira y pasión. De James M. Cain, el autor, se han adaptado varias de
sus novelas al cine, entre otras, El cartero siempre llama dos
veces, Perdición o Serenade. Ante un melodrama de los antiguos:
egoísmo, adulterio y lujuria, triunfo y caída, castigo, pena y
redención, alguien como Todd Haynes no podía dejar de echarle el
diente. En su haber, las espléndidas Lejos del cielo y Carol.
En Mildred Pierce pasan muchas cosas, así que como un drama
convencional de 90 minutos no le bastaba, convirtió la historia en
una miniserie de 300 minutos y aún así creo que le ha faltado
tiempo para desarrollar las personalidades excesivas de Mildred (Kate
Winslet) y su hija Veda (Evan Rachel Wood), pero también la de
alguno de los secundarios como el que interpreta Guy Pearce, Monty
Beragon. Los cambios de un estado emocional a otro suceden
bruscamente sin que se expliquen las transiciones. El melodrama aquí
sucede entre una madre voraz, de hombres, de trabajo, de triunfo
empresarial, y una antagonista que es la propia hija consentida con
una personalidad inmanejable. Es pues una historia de mujeres donde
los hombres sucesivos en la vida de Mildred son meros comparsas, algo
común en los dramas que aborda Todd Haynes.
Las
interpretaciones están cuidadas, incluído el exagerado
expresionismo de Kate Winslet, tan propio de este género, también
la escenografía que nos lleva a los años de la gran depresión, los
nueve años que van de 1931 a 1940, (la miniserie es de 2011). Lo
mejor, como es propio de este director, la ambientación musical y la
creación de atmósferas. Es un consumado narrador musical, con sus
notables Velvet Goldmine (sobre el glam rock de David
Bowie y de Iggy Pop) y I'm Not There (sobre la vida de Bob
Dylan), a medio camino entre la ficción y el biopic. También de
documentales musicales como Stephen Sondheim en seis canciones, en
tono menor. Lo mejor de la serie pues los números o las
secuencias ordenadas por la música, como sucedía en Carol,
justificadas por la carrera musical de Veda Pearce que queriendo ser
una concertista de piano acaba siendo una exitosa soprano de
coloratura.
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