martes, 9 de abril de 2019

Mirar


DeCarava, Mississippi freedom marcher, 1963
Toda fotografía es un registro de un pasado perdido. La fotografía no comparte la capacidad de la música para ser rehecha completamente cada vez que se presenta, ni tiene la calidad de duración de la película, en la que se conjuga la ilusión de un presente continuo. Una fotografía muestra lo que era, y ya no existe. Registra en píxeles o en la impresión la calidad y variedad de la luz que ingresa a una abertura durante un período de tiempo específico. No hay fotografías instantáneas: cada una debe ser expuesta durante un período de tiempo, no importa lo breve que sea: en este sentido, cada fotografía es una imagen de lapso de tiempo, y la fotografía es necesariamente un arte de archivo”. (Teju Cole, en Cosas conocidas y extrañas).

         Hacemos fotografías por miles, por millones. El último recuento, allá por el 2015, hablaba de cerca de un trillón por año, el 12% de todas las producidas hasta entonces. ¿Pero vemos? La experiencia cuando miramos a los otros nos dice que vemos a través del visor de la cámara o de la pantalla del móvil porque el resto del tiempo no miramos, estamos abstraídos no se sabe en qué, ¿en una conversación?, ¿sumidos en una pena?, ¿detectando señales de lo que realmente nos importa, la atención de los demás? Así que dejamos que los algoritmos de Google trabajen por nosotros, nos digan cómo es el mundo, cómo está organizado. Hay muchos fotógrafos artistas que antes que captar el mundo ellos mismos con sus cámaras bucean en el océano de internet, en los almacenes de imágenes de Google Photos, Google Earth o Street View, desconfiando de esos algoritmos, haciendo ellos mismos la selección: Aaron Richard, Mishka Henner, Michael Wolf, Cómo se organiza la imagen. Vittorio Imbriani en La quinta Promotrice, de 1868, centraba este arte en la macchia, la mancha de color.
Cualquier cuadro debe contener una idea, pero una idea pictórica, no sólo una idea poética, una peculiar organización de la luz y la oscuridad de la que depende el carácter de la obra. Y esta organización de la luz y la oscuridad, esta macchia, es lo que realmente conmueve al espectador (...) Del mismo modo, en la música, no son las palabras añadidas, el libreto, sino el carácter de la melodía lo que produce la emoción en quien la escucha ”.


         Quizá uno de los proyectos más interesantes sea el de Dina Kelberman: I’m Google. Series de imágenes encontradas en Google la
construcción de un mundo visual que de manera explícita esquiva no solo el lenguaje de la antigüedad y el clasicismo, sino también cualquier sugerencia de hacer imágenes ‘artísticas’. Sus elecciones son de colores brillantes, de plástico, casi ingenuas, directas y comunes, menos Warburg que Walmart (…) Kelberman construye parecidos basándose también en los verbos, lo que atomiza, lo que prolifera, lo que se riza o se curva o brota o florece en una forma particular”. (Teju Cole, en Cosas conocidas y extrañas).

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