Imagino
a Beethoven siguiendo la música en Youtube, de qué otro modo podría
hacerlo, estaba enfermo y sordo pero no ciego. No hay partitura, solo
imágenes y sonido, aunque éste Beethoven lo oye sin escucharlo en
el interior de su cabeza, convirtiendo los estímulos visuales en
señales acústicas que rebotan en la caja de su cerebro. Es el
concierto de Miles Davis y su banda (Gary Bartz, Keith Jarret, Chick
Corea, Dave Holland, Jack DeJohnette, Airto Moreira),
los 35 minutos que ofrecieron galantemente a la chiquillería, en la
isla de Wigh, aquel pico que escalaron las artes el 29 de agosto de
1970, antes del gran slalon hacia el valle que dura décadas. Seguro
que la muchachada no entendió ni papa, ni falta que hacía, pero
Miles Davis era un nombre. Le aplaudieron a rabiar. Al final, se ve a
Miles Davis, cuando se va entre bambalinas, levantando los dedos y el
entrecejo con displicencia, el mismo gesto que Beethoven destinó al
mundo. Es mi opus 131, se dice Beethoven, este chaval ha plagiado mi
cuarteto.
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