lunes, 21 de enero de 2019

Cómo ser un estoico, de Massimo Pigliucci



                  Las escuelas helenísticas de filosofía antepusieron el saber práctico, qué se puede hacer para tener una buena vida, a la lógica, la epistemología o la metafísica. Todas ellas eran hijas de Sócrates y consideraban que la sabiduría es la principal de las virtudes con objeto de lograr la felicidad. Cada una ponía el acento en una característica, frente a platónicos y aristotélicos que quisieron abarcar todos los campos del saber, cirenaicos y epicúreos afirmaban que el objetivo era obtener placer y evitar el dolor, cínicos y estoicos que era la práctica de la virtud. Los estoicos tomaron de Aristóteles el realismo y la razón para conducirse en la vida y de los cínicos la virtud concebida como sabiduría práctica. Los cínicos consideraban que la práctica de la virtud era lo único importante y llevaron la frugalidad al extremo. Diógenes de Sinope, por ejemplo, vivía en una cuba, pedía limosna para vivir y se burlaba de las convenciones sociales. Los estoicos les seguían en la idea de que ser virtuosos era lo importante, sin embargo, no desdeñaban otros bienes que ellos llamaban indiferentes preferibles: era preferible la salud a la enfermedad, la educación a la ignorancia o la riqueza a la pobreza, siempre que no comprometiese la dignidad.

               Entre los estoicos, con la mira en el saber práctico y en la integridad personal, destacaron unos cuántos filósofos, Zenon de Citio en la antigua Grecia y Musonio Rufo, Epicteto, Marco Aurelio y Séneca en Roma. El estoicismo nunca ha estado olvidado. En nuestro tiempo hay un nuevo renacer de las ideas estoicas. En muchas cosas, el budismo, el zen y el cristianismo se emparentan con sus ideas éticas. Para los estoicos, la virtud es el mayor bien, lo demás es indiferente, aunque hay bienes secundarios preferibles a otros; la razón es el medio para conseguir una sociedad mejor; el principio de actuación se basa en la dicotomía de control: algunas cosas están bajo nuestro control, otras no. En consecuencia, no te preocupes de aquello que escapa a tu dominio. Cuatro son las virtudes básicas: la sabiduría para navegar ante situaciones complejas; el valor para hacer lo correcto siempre; la justicia y la ecuanimidad en el trato con los demás y la templanza o la práctica de la moderación y el autocontrol. El objetivo es la apatheia, la tranquilidad mental y la ecuanimidad.

                 Como eminentemente es un saber práctico, Massimo Pigluicci, en su libro, ofrece una serie de consejos prácticos extraídos del Enquiridion, o manual, de Epicteto:

1. Examina tus impresiones, ¿esto está bajo mi control?
2. Recuerda la fugacidad de las cosas.
3. Ten presente la cláusula de reserva frente al destino: lucha por conseguir objetivos pero pensando que las cosas no siempre van bien o como tú querrías.
4. Para cada desafío, ten presente tus recursos, de acuerdo con ello, piensa cómo practicar la virtud aquí y ahora.
5. Ante una dificultad importante, ira, ansiedad, miedo, haz una pausa y respira hondo.
6. Alteriza: no soy distinto, lo que les ocurre a los demás me ocurre o me ocurrirá a mí.
7. Habla poco, solo lo necesario y sé breve.
8. Elige bien la compañía, no bajes al nivel de quienes se entretienen con banalidades.
9. Responde a los insultos con humor.
10. No hables demasiado de ti mismo.
11. Habla sin juzgar.
12. Reflexiona cada noche sobre tu día.


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