sábado, 8 de septiembre de 2018

Viva el aburrimiento



            Tras unos meses de ausencia, he recorrido, en bici o andando, buena parte de las poblaciones del Baix Llobregar: Castelldefels, Gavá, Viladecans, Sant Boi, Sant Viçens, Pallejà, San Andreu de la Barca, El Prat, también el centro de Barcelona. No he visto lazos, y, lo que es más llamativo, muy pocas banderas esteladas y muy pocas senyeras. Tampoco en los balcones, eso que estamos a cuatro días de la diada del 11 de septiembre. Se diría que lo que los medios nos muestran no existe, la guerra de banderas. Sé que no es así. El concepto de Tabarnia es un acierto, existen dos Cataluñas, la del interior, por la que de momento no he paseado, Vic, Olot, Girona, que imagino plagada de amarillismo. Si en Vic o en Olot un ciudadano que reclame una plaza o una calle para todos, limpias de consignas ponzoñosas, ha de ser un héroe, resulta que en esta parte de Tabarnia sucede lo contrario, es quién reclama coerción y miedo como forma de hacer política el que ha de convertirse en héroe para hacer sus proclamas. No es que en esta parte haya triunfado la poda de lazos, sino que el espacio público está libre, nadie se lo ha apropiado. La democracia, allí donde está plenamente asentada, es aburrida, lugares donde las emociones son un asunto privado y donde nadie puede imponer las suyas a quien no las desea. La democracia es un acto deliberativo que se ejerce periódicamente y no un sistema de presión social donde se ponen en marcha los engranajes del miedo para que los ciudadanos se achanten y cedan. La democracia representativa es un sistema creado para que los hombres temerosos, la mayoría, no tengan que ejercer de héroes o asumir su cobardía. Lo contrario es la democracia directa, asamblearia, callejera, donde el pueblo se alza dirigido por un puñado de radicales o revolucionarios para tomar el poder o conservarlo. Viendo las calles estos días uno tiende a pensar que el peligro ha pasado, a pesar de los vozarrones de amenaza que siguen oyéndose y los toscos intelectuales que reclaman que la cosa no pare y a despecho de esos neopolíticos que siguen buscando su momento, el acontecimiento (Zizek) que les catapulte por encima de la miseria de las gentes, que no conciben la vida pública sino como guerra civil.


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