sábado, 22 de septiembre de 2018

Amor


               No sé por qué la hacía de otro parte, de esas mixturas que se dan en el extrarradio, quizá en el sur de Madrid, quizá en los alrededores de Barcelona. Pero estaba aquí. Cuando menos me lo esperaba me he topado con ella, por encima de las cabezas de un mercadona. He alzado mi mano y he sonreído y ella ha sonreído. No ha durado mucho la mirada, lo justo para prorrogar la sorpresa. Caminaba con su pareja, así que me he retraído. Pero es que hoy, otra vez. He visto una mujer flotante junto a la fuente del toro bravo, de espaldas, con un vestido pantalón fucsia, todo aberturas, nunca la había visto así, sólo cuando he pasado rozándola con la bici y he escuchado su voz al teléfono he tenido la certeza de que era ella. Dos veces en dos días después de esperarla tanto. Como la aparición de un espectro a plena luz. Entonces creí que vivía en la zona nueva de la ciudad, al oeste, hacia Valladolid, donde está ese mercadona grande y nuevo. Ahora estaba en la otra punta, sola, quizá de compras, creo que llevaba una bolsa tipo boutique en la otra mano. Pero no sé. No me he atrevido a parar e interrumpir su conversación. Tampoco sé si he estado de verdad enamorado de ella. Tan sólo que cada vez que la veía, palpitaba y la conversación profesional estaba llena de sensualidad, la mirada, el pelo que se alisaba, la prolongación de la charla más allá de lo convencional, la frecuencia y algún enfado que no venía a cuento. Desapareció de pronto, sin yo esperarlo, era una sustituta, yo no lo sabía ni ella me lo había dicho. Googleé su nombre y apellido, los encontré, pero no fui más allá en mi indagación. No sé si hoy, cuando la sobrepasaba me ha visto o me ha reconocido de espaldas. Tampoco sé si aquello era amor. Aunque qué es. Cuándo sabemos que lo es. Nos equivocamos tantas veces y tantas perdemos la ocasión de comprobarlo.


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