No
sé por qué la hacía de otro parte, de esas mixturas que se dan en
el extrarradio, quizá en el sur de Madrid, quizá en los alrededores
de Barcelona. Pero estaba aquí. Cuando menos me lo esperaba me he
topado con ella, por encima de las cabezas de un mercadona. He alzado
mi mano y he sonreído y ella ha sonreído. No ha durado mucho la
mirada, lo justo para prorrogar la sorpresa. Caminaba con su pareja,
así que me he retraído. Pero es que hoy, otra vez. He visto una
mujer flotante junto a la fuente del toro bravo, de espaldas, con un
vestido pantalón fucsia, todo aberturas, nunca la había visto así,
sólo cuando he pasado rozándola con la bici y he escuchado su voz
al teléfono he tenido la certeza de que era ella. Dos veces en dos
días después de esperarla tanto. Como la aparición de un espectro
a plena luz. Entonces creí que vivía en la zona nueva de la ciudad,
al oeste, hacia Valladolid, donde está ese mercadona grande y nuevo.
Ahora estaba en la otra punta, sola, quizá de compras, creo que
llevaba una bolsa tipo boutique en la otra mano. Pero no sé. No me
he atrevido a parar e interrumpir su conversación. Tampoco sé si he
estado de verdad enamorado de ella. Tan sólo que cada vez que la
veía, palpitaba y la conversación profesional estaba llena de
sensualidad, la mirada, el pelo que se alisaba, la prolongación de
la charla más allá de lo convencional, la frecuencia y algún
enfado que no venía a cuento. Desapareció de pronto, sin yo
esperarlo, era una sustituta, yo no lo sabía ni ella me lo había
dicho. Googleé su nombre y apellido, los encontré, pero no fui más
allá en mi indagación. No sé si hoy, cuando la sobrepasaba me ha
visto o me ha reconocido de espaldas. Tampoco sé si aquello era
amor. Aunque qué es. Cuándo sabemos que lo es. Nos equivocamos
tantas veces y tantas perdemos la ocasión de comprobarlo.
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