sábado, 25 de agosto de 2018

De lazos amarillos



           Detenerse en lo ridículo de plantar cruces en las playas o llenar los balcones de pancartas es inútil, como inútil es constatar la falta de un referente en la realidad de las cruces mismas, no hay muertos que las sustenten, ni crimen ni violencia que las justifique, lo significativo de los lazos amarillos es la señal de pertenencia que emiten a una comunidad que sin ellas se diluiría, se disgregaría en miles de ciudadanos que volverían a su condición secular de individuos sin causa, a seres otoñales que caen como hojas en la insignificancia de una sociedad indiferenciada. Mientras tanto cruces y lazos cohesionan a una sociedad que devuelve a los cuerpos unidos la sustancia divina perdida que permite mantener la ilusión de pertenecer a una comunidad mística. No muy diferente, de hecho, a lo que sienten otras comunidades dentro de la sociedad secularizada en la que vivimos: islámicos, comunistas, vegetarianos, animalistas.

           Rescata Roberto Calasso en La actualidad innombrable esta cita de Durkheim:
En resumen, la sociedad no es de ningún modo el ser ilógico o alógico, incoherente y fantástico que algunos gustan muy a menudo de ver en ella. Todo lo contrario, la conciencia colectiva es la forma más alta de la vida psíquica, ya que es una conciencia de conciencias. Colocada fuera y por encima de las contingencias individuales y locales, solo ve las cosas en su aspecto permanente y esencial, que ella fija en nociones comunicables. Al mismo tiempo que ve desde arriba, ve a lo lejos: en cada momento del tiempo abraza toda la realidad conocida; por eso solo ella puede suministrar al espíritu las clasificaciones que se aplican a la totalidad de los seres y que permiten pensarlos”.

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