miércoles, 18 de julio de 2018

El banquete de las barricadas & El orden del tiempo




             No hay que fiarse de las solapillas y contraportadas de los libros, lo que se dice en ellas es trabajo del departamento de marketing de las editoriales, incluso cuando el elogio proviene de un escritor famoso cabe pensar que está en deuda con la editorial y por eso dice lo que dice. Eso ocurre con la mayor parte de los libros que se publican, pero basta leer el comienzo y alguna que otra página para salir del engaño. Me ha sucedido con El banquete de las barricadas. Todo elogios, incluido uno de Bernard Pivot, el otrora maestro de la crítica francesa, ¿como es posible? Luego he visto que aparece en el libro como uno de tantos protagonistas fugaces. El libro está lleno de personajes, leves referencias a ellos más bien, el contexto es Mayo del 68 y la mínima trama se urde en torno a un hotel parisino donde en aquellos días los empleados asumen su gestión, ‘autogestión’ era la mágica palabra de entonces, desdibujando la escalera jerárquica. La novela no es más que un desfile de nombres, muy del gusto del lector cultureta, mientras la calle bulle de novedades. He conseguido llegar a la página 70 de sus 200, pero ni una más. La novela es mala a rabiar, como la mayoría de las novedades del día, sólo se entiende el empeño del editor -Anagrama- en traducirla y publicarla por los dividendos que espera obtener de la conmemoración aniversaria del 68. ¡Cincuenta años ya! La novela, además del desfile gratuito de nombres, es un ejemplo del mal escribir, palabras gastadas, frases hechas, bromas sin gracia, por no hablar de su arquitectura, que no la tiene.


            La principal responsabilidad del escritor es el lenguaje, quizá también debiera serlo del hablante como hace nos días señalaba Juan Mayorga. Por eso es justo despreciar las novelas baratas. Creo que hoy quienes más miman el lenguaje no son los novelistas sino los escritores de ensayo. No hablo de los poetas porque son estrellas fugaces. De hecho es en los ensayos donde más placer he encontrado últimamente. Por ejemplo, El orden del tiempo, de Carlo Rovelli. En El orden del tiempo hay trama, argumento y personajes. Y no sólo, también un cuidado exquisito en armar las frases, en buscar la palabra precisa. La ambigüedad, si la hay, como en las viejas novelas clásicas, está en la construcción de los personajes: el tiempo, la entropía, la memoria, el ahora o ‘presente extendido’, el mayor y más extraño descubrimiento de Einstein, según Rovelli, personajes inasibles, llenos de misterio, entrelazados unos con otros de tal modo que no se entienden aisladamente. Rovelli no sólo me hace entender mejor el mundo, me proporciona el placer de los grandes escritores.

           Los escritores no deben conformarse con contar historias, deben afinar las palabras, liberándolas de la ganga adiposa que han ido adquiriendo, pero también deben ir reajustando la gramática para que sea más fiel en su intento de reflejar el mundo. Escribir bien no es sólo una exigencia estética, también lo es moral. Limpiar el lenguaje, hacerlo más preciso, nos acerca al ideal de verdad, que a menudo es sinónimo de belleza.


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