martes, 24 de abril de 2018

El orden del día, de Eric Vuillard



             Hay una moda en las letras francesas por reconstruir literariamente un acontecimiento con nueva luz capaz de mostrar algo decisivo que ha pasado desapercibido a los menos sagaces. El libro que comento se fija en la anexión de Austria por parte de la Alemania de Hitler, el 12 de marzo de 1938. El elemento decisivo, según el autor, no lo encontraremos en los tratados, los documentos, las acciones políticas, diplomáticas o de guerra sino en los detalles que solo la mirada literaria puede desvelar. Así, la vestimenta o la pose de los 24 grandes industriales que se reúnen con Hitler para financiarlo al comienzo de su aventura, el silencio y la paciencia de Ribentropp en una velada ante un Chamberlain desconcertado, la displicencia de Halifax ante los uniformes de fantasía de Goëring y la forma de vestir de Hitler, pero sin rechazar sus invitaciones y elogiando el nacionalismo y el racismo, o la torpeza y cobardía del canciller austriaco Schuschnigg, invitado a claudicar en Berghof ante Hitler, nos dirían más que los supuestos momentos decisivos que recogen los libros de historia. En lo que había que haber reparado en aquellas reuniones era en el dobladillo mugriento del pantalón de Hitler, en el hule amarillento de la mesa o en la mancha de café en la matriz de un talonario, también en el cuello duro y el porte aristocrático de Gustav von Krupp, que aparece en la portada del libro, en aquella reunión de industriales y banqueros para financiar la campaña del partido nazi en 1933, que luego se aprovecharon de la mano de obra esclava de los campos de concentración y que, tras la guerra, siguieron como si tal cosa con sus negocios alimentando a otros partidos.

              Lo que Vuillard halla, aquello en lo que los historiadores no han reparado es que todo fue una gran chapuza, que el ejército de Hitler, cuando invadió Austria, no era tal sino un conjunto de máquinas mal compuestas y averiadas que los europeos de entonces no supieron detectar a tiempo. Se tomaron en serio lo que era chusco y dejaron hacer hasta que ya no hubo remedio. Los tanques alemanes se atrancaron en Linz, averiados, sin oposición, el 12 de marzo del 38, pero un mes después, el 99,75 % de los austriacos convalidaron la anexión en un plebiscito.

              Este es un ejemplo del proceder literario de Vuillard:

El viernes 11 de marzo, a las cinco de la mañana, el criado de Schussnigg, lo despierta para vivir el que será el día más largo de su existencia. Pone los pies en el suelo. El parqué está frío. Se calza las pantuflas. Le anuncian amplias operaciones de las tropas alemanas. La frontera de Salzburgo está cerrada y se han interrumpido los transportes ferroviarios entre Alemania y Austria. Una culebra se desliza en las tinieblas. El cansancio de vivir es insoportable. De repente se siente muy viejo, espantosamente viejo, pero tendrá tiempo más que suficiente para meditar sobre todo ello”.

Los críticos creyeron que esta novela merecía el premio Goncourt en 2016.

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