miércoles, 3 de enero de 2018

El giro moral



              No sabemos adónde nos llevará la revolución de las máquinas, de las prótesis, de la interconexión, sólo tenemos intuiciones de lo que puede ocurrir, aunque sabemos que la mayoría se demostrarán falsas. Lo que parece claro es que la potencia del cerebro humano, no el del individuo, sino el cerebro de la especie, se multiplica en progresión geométrica. La cuestión que nos desasosiega no es tanto el aumento de la potencia de cálculo, la acumulación de memoria, la precisión en la predicción de nuestros deseos y acciones gracias al Big Data, sino el acomodo de nuestra conciencia moral y, en consecuencia, nuestro bienestar. No será la vida más cómoda lo que nos hará felices sino la sensación de que lo que hagamos sea más justo, mejor, que la contradicción entre nuestros ideales de bondad y justicia con los actos de nuestra vida cotidiana sea cada vez menor.


              Vivimos el momento Trump, como alguien lo ha llamado, de pequeños dictadorzuelos machistas (Trump, Putin, los partidos populistas de Europa del este, la dictadura comunista china que no cesa) que pudieran hacernos creer en un retroceso, pero esta breve temporada en el infierno quizá oculte un giro positivo, uno de esos momentos en que se produce un cambio que no se aprecia a primera vista. El machismo de Trump o Putin son el zarpazo de una época que se resiste a morir, en realidad esconde el hecho de que la mujer ha dejado de pedir al marido o al hijo que le ayuden a lavar los platos para ejercer la igualdad sin justificación. La gran campaña del #Metoo hará que las cosas ya no vuelvan a ser como antes. Se podría decir que ha sido el acta de defunción del patriarcado. Eso trae como consecuencia una revisión de los valores. Hasta ahora la estética, el arte, justificaba cualquier cosa. En lo que consideramos obras de arte del pasado, la belleza, cuyos patrones estaban definidos por el contexto social y cultural, predominaba sobre la moralidad. Ha llegado el momento de redefinir esa ecuación. Me ha sorprendido este análisis sobre la película Manhattan de Woody Allen. No es sólo que tengamos en cuenta el carácter moral de creadores a los que consideramos genios (Polanski, Allen, Weinstein, Naipaul, también a otros del pasado como Wagner, Richard Strauss, Ezra Pound, Caravaggio o Picasso) y que ahora podríamos ver como monstruos morales sino que ahora vemos como su inmoralidad contaminaba sus obras, algo que nuestra conciencia moral construida en un contexto histórico determinado nos impedía ver, la historicidad del concepto de belleza. Lo mismo podríamos decir del momento populista (elecciones en EEUU, Brexit, referéndum ilegal de Cataluña), donde el aparente triunfo de ideas dañinas, que ciegan a multitudes, nos hacen ver las imperfecciones de los procesos democráticos, la necesidad de incluir la democracia en el marco más amplio del Estado de Derecho. Podríamos pensar que el progreso tecnológico se ha autonomizado de la vida, incluso reduciendo la vida moral a un apéndice, pero no es así, el progreso técnico está afectando decisivamente a nuestra conciencia moral, a un nuevo modo de entender la vida social.
 

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