No
sabemos adónde nos llevará la revolución de las máquinas, de las
prótesis, de la interconexión, sólo tenemos intuiciones de lo que
puede ocurrir, aunque sabemos que la mayoría se demostrarán falsas.
Lo que parece claro es que la potencia del cerebro humano, no el del
individuo, sino el cerebro de la especie, se multiplica en progresión
geométrica. La cuestión que nos desasosiega no es tanto el aumento
de la potencia de cálculo, la acumulación de memoria, la precisión
en la predicción de nuestros deseos y acciones gracias al Big Data,
sino el acomodo de nuestra conciencia moral y, en consecuencia,
nuestro bienestar. No será la vida más cómoda lo que nos hará
felices sino la sensación de que lo que hagamos sea más justo,
mejor, que la contradicción entre nuestros ideales de bondad y
justicia con los actos de nuestra vida cotidiana sea cada vez menor.
Vivimos
el momento Trump, como alguien lo ha llamado, de pequeños
dictadorzuelos machistas (Trump, Putin, los partidos populistas de
Europa del este, la
dictadura comunista china que no cesa) que pudieran hacernos
creer en un retroceso, pero esta breve temporada en el infierno quizá
oculte un giro positivo, uno de esos momentos en que se produce un
cambio que no se aprecia a primera vista. El machismo de Trump o
Putin son el zarpazo de una época que se resiste a morir, en
realidad esconde el hecho de que la mujer ha dejado de pedir al
marido o al hijo que le ayuden a lavar los platos para ejercer la
igualdad sin justificación. La gran campaña del #Metoo hará que
las cosas ya no vuelvan a ser como antes. Se podría decir que ha
sido el acta de defunción del patriarcado. Eso trae como
consecuencia una revisión de los valores. Hasta ahora la estética,
el arte, justificaba cualquier cosa. En lo que consideramos obras de
arte del pasado, la belleza, cuyos patrones estaban definidos por el
contexto social y cultural, predominaba sobre la moralidad. Ha
llegado el momento de redefinir esa ecuación. Me ha sorprendido este
análisis sobre la película Manhattan de Woody Allen. No es sólo
que tengamos en cuenta el carácter moral de creadores a los que
consideramos genios (Polanski, Allen, Weinstein, Naipaul, también a
otros del pasado como Wagner, Richard Strauss, Ezra Pound, Caravaggio
o Picasso) y que ahora podríamos ver como monstruos morales sino que
ahora vemos como su inmoralidad contaminaba sus obras, algo que
nuestra conciencia moral construida en un contexto histórico
determinado nos impedía ver, la historicidad del concepto de
belleza. Lo mismo podríamos decir del momento populista (elecciones
en EEUU, Brexit, referéndum ilegal de Cataluña), donde el aparente
triunfo de ideas dañinas, que ciegan a multitudes, nos hacen ver las
imperfecciones de los procesos democráticos, la necesidad de incluir
la democracia en el marco más amplio del Estado de Derecho.
Podríamos pensar que el progreso tecnológico se ha autonomizado de
la vida, incluso reduciendo la vida moral a un apéndice, pero no es
así, el progreso técnico está afectando decisivamente a nuestra
conciencia moral, a un nuevo modo de entender la vida social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario