lunes, 6 de noviembre de 2017

Noviembre



      Hace la lluvia un paréntesis y el mes sin historia llama con ojos brillantes, la luz del sol, las gotas doradas y esmeraldas que caen del castaño o del haya, el verde azulado de la ladera orientada al norte, a la vida que siempre está lista para saltar sobre el caminante atento. No hace demasiado frío y la humedad es soportable cuando me dejó ir por los senderos mullidos a primera hora de la mañana y luego durante las gratas horas soleadas. No hay nadie en el camino, los que vinieron de puente la semana pasada ya no están y otros más lentos se han ido quedando atrás. Hago mío el bosque y sus senderos, acelero o me lo tomo con calma, probando ritmos diferentes con el sonido de los bastones. Dejo que imágenes diversas vengan y se vayan como en un baile cambiante. El sol me da en la cara y canturreo.

Pocas cosas puede haber más plenas que este consciente dejarse llevar por lo que la tierra te ofrece a cada paso, la breve charla con una mujer que no sabe de mí o con el cantinero que me despide alegre y distraído o ver cómo la gente de los lugares por donde paso sigue a lo suyo con una despreocupación que no se da en la ciudad. El caminante no necesita más que una litera, un plato caliente, un poco de conversación y un libro, a ser posible de poesía, con el que fundirse al atardecer cuando las sombras comienzan a deslucir el día.

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