miércoles, 18 de octubre de 2017

Pagar un precio


                Esta es una historia dedicada a las almas bellas que sostienen que hay que ceder al chantaje de los delincuentes. Son muchos, llenan las calles, hay que contentarles, dicen. Hay que pagar un precio.

                Es una historia de esta misma mañana. Mi hija trabaja en una oficina de Valencia. La limpiadora tenía ganas de hablar, necesitaba desfogarse. Quizá no tanto, tan solo ventilar su humillación. Ha vivido años en Barcelona. Su madre y su hermano aún viven allí. Son humildes, no se pueden permitir marcharse de la región, tanto que necesitan ayuda, viven en una vivienda social. Ante la locura colectiva de estos días, se les ocurrió un gesto al que nunca antes se hubiesen atrevido. Pusieron una bandera española comprada en los chinos en el balcón. No duró mucho. Enseguida apareció la trabajadora social: “O quitas la bandera o te quitamos la ayuda”. No tenían opción. A quién acudir para hacer frente a tal afrenta. ¿A los partidos de izquierda del ayuntamiento? Ja.


               Quién paga el precio. Los de siempre, aquellos a los que los peronistas del ayuntamiento no defenderán si no levantan la bandera que ellos les digan. Los que siempre han pagado en Cataluña, a los que nadie ha defendido ni nadie defenderá. No el gobierno central de Aznar o Zapatero, no los tripartitos de Maragall o Montilla. Qué decir de los nacionalistas cuyo poder se basa en la exacción de los más pobres en favor de las capas medias nacionalistas. Hay algo peor que la pobreza, la humillación. ¡Pagar un precio!

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