lunes, 23 de octubre de 2017

Handia


"A la verdad se llega no sólo por la razón, sino también por el corazón." (Blaise Pascal)


Hay verdades de la razón y verdades del corazón. Llevamos un par de siglos donde la ciencia se ha apoderado del pensamiento y está, gracias a la tecnología, modelando nuestra percepción. Estamos empezando a comprender que hay un desfase entre ambas, que no evolucionan al mismo tiempo. Las verdades del corazón atañen a la vida y su sentido, a los afectos entre los hombres, a la felicidad e infelicidad. Hay que volver a buscar el hilo perdido que algunos hombres del pasado trenzaron, el camino al corazón y sus querencias. La tecnología llena de ruido el mundo y la mente, fosiliza las relaciones humanas, nos convierte en guiñapos movidos por hilos externos a nosotros. Si miramos el cine y las películas de gran presupuesto, los best sellers de la literatura, la comida basura, la publicidad, la televisión y sus series, las redes de comunicación social echamos en falta la poesía y si esta aparece es puro camelo lacrimógeno. La poesía es vertical, atiende a la verdad profunda. Ha habido épocas más poéticas que esta, podemos volver al gran arte, a los filósofos que miraban la almendra del ser. También ahora los hay y están empezando a emerger de las catacumbas. La poesía, de nuevo, va a tratar de responder o al menos de volver a hacer las preguntas adecuadas que la ciencia no puede hacer. No sé si “la poesía es el centro mismo de la existencia humana”, pero tenemos necesidad de vivir una vida auténtica donde las sensaciones sean reales y no virtuales, donde los afectos sean transmitidos por la piel y no por una pantalla evanescente.


Handia juega en el terreno de la poesía, algo tan poco común en el cine actual. Sus imágenes son bellas, así como la atmósfera que quiere crear junto con la música, el ritmo pausado, la voz en off, los paisajes brumosos, la nostalgia del tiempo ido. Durante buena parte lo consigue, te absorbe en la cadencia del lento discurrir, en la mínima historia de este gigante guipuzcoano que sale del caserío para mostrar su anomalía y sacar a la familia de la necesidad. No es sólo su historia la que nos conmueve, también la de su hermano herido en la guerra, con una ilusión que nunca se cumple, obligado a permanecer junto a su hermano. Acercarse a la verdad profunda no es nada fácil, es huidiza, está llena de trampantojos en los que a menudo caemos, requiere frialdad y desapego por las cosas del mundo. La poesía es escurridiza y su retórica sirve a lo peor, a las falsificaciones de la historia y de la religión, al encantamiento de los populismos. Handia intenta ser una obra honesta y poética, pero para ser una obra perfecta y llegar aún más adentro del corazón del espectador debería haber reducido su metraje, no haber abusado de la retórica de la belleza de los paisajes y haber ahondado algo más en el gigantón condenado a una vida de feria, un hombre al que su circunstancia vital, como a cualquiera de nosotros, le condena a una vida subordinada, inauténtica.

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