jueves, 14 de septiembre de 2017

El gran juego



             A mediados del siglo XIX surgió de las sombras un gigante dormido con la intención de pastorear no sólo la gran estepa euroasiática sino también la gran arteria económica que unía Oriente con Occidente. Ese gigante era Rusia. A ese campo de batalla lo denominó un oscuro funcionario británico como el gran juego. Lo disputaban dos grandes actores, el viejo imperio británico, al que le sucedía lo que le había ocurrido al imperio de Carlos V y Felipe II, y antes al Romano, que era tan extenso que no podía taponar todas las fugas que se le habrían en sus confines, y el naciente imperio ruso. El tablero era Asia central con Persia y Afganistán como territorios codiciados. A medida que Rusia iba ocupando territorios en el Caúcaso y porciones del decadente imperio otomano e Inglaterra intentaba hacerse con Afganistán, ambos rivales enviaron a políticos experimentados a la corte del sha para convercerle mediante cuantiosos regalos, entre ellos grandes préstamos a bajo interés, de que la suya era la mejor opción para Persia. Como avanzar por Afganistán y el Hindú Kush para llegar a la India parecía imposible, Persia se vio como el centro del tablero. Cuando en 1884 Rusia ocupó Merv, ya conquistadas Samarcanda y Taskent, el camino hacia Herat y Kandahar, y desde allí hacia la joya de la corona inglesa, la India, quedó expedito. A Inglaterra le entró el miedo. Varias veces estuvieron a punto de llegar a las armas y quizá hubiesen llegado si otros actores, como Alemania, no hubiesen entrado en el juego y si Rusia no hubiese tenido que atender otros frentes como la revolución de 1905 y la guerra rusojaponesa, donde su armada sufrió una importante derrota.


           A finales del XIX los frutos de la expansión rusa hacia el este empezaron a notarse: riqueza, creciente clase media y explosión de la música, la literatura y el arte que la llevaron a su edad dorada: Tolstoi, Dostoievski, Diaguilev, Chaikovski, Kandinski, Chejov, tantos.

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