martes, 4 de julio de 2017

Sueños de Tierra y Cielo


“Todo consiste en mantener la vista bien fija en los hechos de la naturaleza y recibir así sus imágenes simplemente tal como son. Pues no quiera Dios que vayamos a hacer pasar un sueño de nuestra imaginación por la norma del mundo”. (Francis Bacon).

          Aníbal cruzó los Alpes para destruir un imperio. Lo admiramos por tal hazaña, pero el imperio que destruyó no fue el de su enemiga Roma, sino el suyo propio, Cartago. Lo mismo le sucedió al emperador japonés cuando lanzó sus aviones contra Pearl Harbour, le costó su propio imperio. China ha tardado seis siglos en recuperarse del gran error del emperador Hongxi, que tras la muerte de su almirante Zheng He, en 1433, ordenó destruir las naves y el registro de los viajes de la flota oceánica más grande y capaz de su tiempo. Esa decisión pasó el testigo del poder a Europa. También lo largo del tiempo se han producido grandes errores científicos, aunque su transcendencia no ha tenido el equivalente de aquellos errores políticos o militares. En algún caso, incluso, fueron errores fructíferos.

          Freeman Dyson considera cinco grandes errores de científicos recientes, patinazos de la ciencia los llama. Darwin explicó la evolución de la vida con su teoría de la selección natural de variaciones hereditarias, pero se equivocó en asumir que la herencia era mezclada, según la cual los caracteres heredados por los hijos son una mezcla de los caracteres de los padres. Era lo que pensaban los agricultores y ganaderos de la época de Darwin. Mendel, por la misma época, demostró con su laborioso y paciente estudio de la hibridación de los guisantes que las unidades que transportan la herencia -los genes- no se mezclan, sino que se transmiten de generación en generación sin cambios, aunque aleatoriamente. Kelvin descubrió las leyes de la energía y del calor y, basándose en ellas, creyó que podía establecer la edad de la Tierra. No tuvo en cuenta otros factores, especialmente la estructura y dinámica de la Tierra (era ciego a los erupciones volcánicas, por ejemplo), y erró en un factor de cincuenta. Pauling descubrió la estructura química de las proteínas, el ladrillo de todos los tejidos vivos, y, a continuación, propuso una estructura para el ADN. Creyó que el patrón de las proteínas sería el mismo que el del ADN. También erró. Un año después Crick y Watson encontraron la estructura correcta. El científico más reacio a admitir el error ha sido Fred Hoyle. Descubrió que los elementos pesados necesarios para la vida, carbono, nitrógeno, oxígeno y hierro, se cuecen en las reacciones nucleares de las estrellas masivas. Luego, propuso una teoría sobre el universo, la de que el universo existe desde siempre sin ninguna gran explosión originaria, la idea de la cosmología estacionaria. Y mantuvo su idea mucho después de que en 1964, Arno Penzias y Robert Wilson midieran con exactitud (3k) la radiación de fondo de microondas que llena el universo por completo, vestigio de la gran explosión. El error que no fue tal, o sólo a medias, es el que cometió Albert Einstein. Einstein descubrió la gran teoría del espacio, el tiempo y la gravitación, la relatividad general. A esa teoría le añadió lo que después se conocería como energía oscura, que supone ni más ni menos que tres cuartas partes de la masa total del universo. Einstein propuso la idea de su existencia y luego la retiró. El patinazo consistió en retirarla, pues cincuenta años después de su muerte se ha demostrado que era una idea necesaria para entender el universo.

          Esta explicación aparece en el último capítulo de Sueños de Tierra y Cielo, de Freeman Dyson. El libro es una recopilación de reseñas de otros libros. Pero no son meras reseñas, sino una suerte de estado de la cuestión de los temas que trata, casi todos científicos. Una buena parte de los libros reseñados son biográficos: sobre Von Braun y los cohetes, sobre Oppenheimer y el nacimiento de la bomba, sobre Frank Wilczek y la excesiva confianza puesta en las grandes y costosísimas máquinas de investigación, como el europeo LHC y otros aceleradores de partículas, cuando quizá podría esperarse lo mismo de los detectores pasivos de Japón y Canadá, mucho más baratos, sobre Paul Dirac, el genio raro, ¿autista?, a quien compara con Einstein, sobre Rychard Feynman y su capacidad para explicar con imágenes las difíciles ecuaciones de la mecánica cuántica, sobre los científicos ingleses que dieron origen a la Royal Society, cuyo lema era Nullius in verba, algo así como “Nadie nos dirá cómo debemos pensar”, sobre al peso de los matemáticos, desde Pierre de Maupertuis a Newton, en la comprensión de las leyes que gobiernan el universo, o sobre los físicos de la revolución de Copenhague que dio origen a la mecánica cuántica. Hay pequeños ensayos sobre temas candentes como la revolución biotecnológica que nos espera a la vuelta de la esquina o la cuestión del calentamiento global; algunos turísticos, como una excursión por las islas Galápagos y hasta uno dedicado a la relación entre poesía y ciencia, otro sobre las grandes ilusiones militares de construir la máquina definitiva que no fue tal: el mito del acorazado o del bombardero invencible o las armas nucleares. En dos ensayos se pregunta Dyson “¿cuándo y por qué la filosofía perdió su garra?, ¿cuándo llegó a ser una reliquia endeble de glorias pasadas?”, es decir, cuál fue el último filósofo presente en la conversación pública o cómo la filosofía perdió la guerra con la ciencia. También ofrece recensiones sobre libros que han generado una gran discusión: La información de James Gleick o Pensar rápido, pensar despacio de Daniel Kahneman, donde se habla sobre las ilusiones cognitivas aceptadas como verdaderas y la existencia en el cerebro de dos sistemas independientes para la organización del conocimiento, uno rápido y otro lento.


        Es una delicia leer a Freeman Dyson porque escribe con una sencillez apabullante, hace fácil el asunto más abstruso. Además hace que el lector se percate de algunas insuficiencias de los libros comentados, también de las ideas previas necesarias para leerlos.

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