sábado, 1 de julio de 2017

Irrelevancia de la filosofía




                   ¿A qué se debe la actual irrelevancia de la filosofía? En otro tiempo los filósofos tenían voz, se les escuchaba. Alguien ornado con esa palabra tenía predicamento, se le reservaba un puesto, cada una de sus palabras tenía una significación especial, hacía renacer el mundo. Pero ya no es así. ¿Quién ha sido el último filósofo? Hay algunos nombres que suenan, quizá por la eufonía que desprenden, quizá porque al ser muy pocos se repiten cuando se habla de filosofía, como rarezas, como un saber antiguo en vías de extinción. Al principio la filosofía lo era todo, incluía todo el saber. Un filósofo era el que pensaba el mundo y el que habría el camino al hombre. Pero luego los saberes se fueron particularizando y más tarde convirtiendo en disciplinas. La filosofía se fue avejentando a medida que crecían sus hijos. Algunos filósofos envidiando la claridad y la precisión de la ciencia quisieron asemejarse y convertir el saber general en disciplina, fueron oscureciendo el lenguaje, inventando un código preciso, casi secreto, que costaba un gran esfuerzo adquirir, y creando un almacén de conocimientos técnicos inservibles. Así los que se amparaban en el nombre de filósofos se recluyeron en las facultades de filosofía, ajenos al fluir de la vida, ausentes de la discusión general, acumulando un nuevo saber inútil. Hubo otros que envidiaron a los hombres de letras y acercaron la filosofía a la poesía, al gai saber. Algunos de ellos enamorados del chisporroteo verbal le cogieron gusto a la plaza pública, al periódico y la televisión, empezaron a opinar sobre la banalidad dramatizándola. Pero si al mundo le sobra algo son opiniones, todo el mundo tiene la suya. La saturación de opiniones hace irrelevante cualquiera de ellas. Alguno de los actuales filósofos se ha convertido en una especie de saltimbanqui del pensamiento. La gente acude a ver sus volatines sobre el escenario y aplaude a rabiar. Otros aun conservan una pose respetable sobre un butacón y aseveran sobre asuntos de actualidad a sabiendas de que nadie va a leerlos o escucharlos o que son contradichos a vuelta de página. Opinar cada vez vale menos, si se escarba un poco se ve el sesgo que lo conduce. El mundo de los expertos está feneciendo, sustituidos por el conocimiento que aportan los datos. Un hombre sabio no es el que bebe de su experiencia personal, tan traidora, tan olvidadiza, tan sesgada, sino aquel que crea un programa cada vez más pulido de interpretación de los datos. El conocimiento no germina en la mente de un hombre sino que es la suma de la experiencia de todos los hombres.

Ciencia y filosofía.

Otro ejemplo de irrelevancia.


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