martes, 1 de agosto de 2017

2. Nordkapp



            Ciento treinta kilómetros bordeando la costa para llegar al Nordkapp. Gris la pedrera de la playa, la masa rizada del agua del mar, el verde apagado que cubre la roca, la neblina que está a punto de apagarlo todo. Sólo una colonia de alcatraces destella sobre el acantilado que se desploma y la mancha parduzca de las algas, la tundra estéril, los secaderos de bacalao como esqueletos de dinosaurio. Las brumas fantasmales que al otro lado del fiordo tapan cerros de abultadas formas. Un túnel de casi siete kilómetros y hasta 212 metros bajo el nivel del mar para llegar a la isla de Magerøya, la isla estéril, donde está el Cabo Norte. 

             Hay dos lugares que se disputan el punto más al norte de Europa. Uno lleva el nombre de Nordkapp, pero es la punta de Knivsjelodden (71º 11' 08'' N) la que gana el pleito y la que merece la caminata por un sendero pedregoso de 9 kilómetros y otros tantos de vuelta, la que permite la bella vista sobre el vertical acantilado del Norkapp, donde los suicidas modernos van buscando un bel morir entre el mar de Noruega y el mar de Barents. Las emociones son juveniles, las otras tienen mucho de simulacro, así que saberme en la punta norte de Europa me excita moderadamente, quizá, mejor, gozar de un atardecer que no se acaba y de vuelta, sobre la casa de madera del camping, orientada al norte, ligeramente elevada sobre el fiordo, el largo crepúsculo en technicolor, antes de que a las dos se tornase en potente amanecer.

Hiélame el corazón
pero abrásame el alma,
me dice este leopardo que pasea cadencioso
sus manchas blancas sobre la verde tundra.
Yo contemplo aturdido su áspera belleza
desde la ventana que lo pone en movimiento
protegido por el cristal
aislado en el aire cálido
con los ojos abiertos y cerrada la boca 
no puedo corresponder a tu frío amor, pienso,
mi corazón es de plástico,
mi alma se fundió ahíta
cuando la belleza dijo basta.

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