martes, 6 de junio de 2017

6. Turisteando




    Si vas en grupo a un país exótico no te queda más remedio que hacer lo que el grupo hace. Por ejemplo hacer un safari para ver elefantes. Todo el mundo sabe que los asiáticos son diferentes que los africanos, unos más grandes, otros más pequeños, unos con grandes colmillos, otros sin ellos o con un porcentaje de machos muy pequeño que los tiene. No me produce gran emoción verlos, básicamente cómo se llevan la comida a la boca, algo más ver las carantoñas entre madres e hijos y un poco más el cortejo y lo salidos que van los pobres machos. En el parque nacional donde los vemos los hay a cientos, como  cientos son los turistas que los cazan con sus cámaras desde los jeeps. Como no me emociona a la mañana siguiente dar un paseo a lomo de uno de ellos, esta vez, lógicamente domesticado, aunque el paisaje sea excelso: el elefante pasa por una laguna con flores de loto y en el fondo se alza la enorme mole de la roca de Segiriya. Aquí a quien cazan es al turista de quien se busca por todos los medios que suelte la pasta por hacer el ridículo. Paga por subirse al elefante, por ocupar una posición sobre su cabeza, por ofrecerse a llevar alimento a su boca, por dar su cámara para que le fotografíen haciendo el memo y porque le ayuden a descender a tierra.

       Todo el mundo espera que sueltes la pasta, pero hay procedimientos más inteligentes de presionarte, halagando tu vanidad, mostrando objetos o servicios que parecen insustituibles y que solo aquí puedes conseguir. Una de esas cosas a las que no se puede renunciar se llama ayurveda. Quién podría prescindir de una sesión de masaje ayurveda (la verdad es que ha sido mi primera experiencia y ha sido muy relajante), quién de las plantas medicinales, lociones, aceites o fórmulas magistrales ayurveda si te dejan probarlos, te invitan a una infusión única y te explican con mucha convicción las curas milagrosas que consiguen, además de darte otro masaje gratuito (con la correspondiente generosa propina). Quién se niega a comprar algo después de una demostración de cómo se fabrica la seda o si te muestran con todo detalle el laborioso proceso de la pintura batik. Como no puedes dejar de soltar la pasta si asistes a una hora de danza local, en Candy, aunque hayas pagado la entrada. No puedes abandonar el local sin que los danzantes te obstruyan la salida con una money box en la mano. En fin, que a nadie le obligan a turistear, cada cual es libre de meterse en semejante espanto.

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