jueves, 8 de junio de 2017

8. Nuwara Eliya



          Es fácil al salir por la mañana del hotel topar con un elefante en medio de la carretera.  Dos chavales, uno a cada lado, lo dirigen a su destino del día, una ceremonia religiosa o un paseo con turistas. En la calle, autobuses llenos de peregrinos o gente vestida de blanco caminando hacia el templo para celebrar el festival anual de Poson o de la llegada del budismo a la isla, en tiempos del emperador indio Ashoka. Saliendo de la valle Kandy tomamos la dirección de las montañas. Pronto aparecen las plantaciones de te en las laderas de los valles que nos acompañarán hasta llegar a la ciudad norteña de Nuwara Eliya. El del te es un árbol pero no se le deja crecer para que sea el arbusto cuyas hojas son sometidas a un laborioso proceso hasta convertirlas en esa menudencia en sobrecitos sobre los que se vierte agua caliente y se toma para desayunar o a las cinco de la tarde. Que sea te verde o negro depende de que se deje fermentar las hojas o no. La diferencia ente white, silver o gold, de si se toma las hojas tiernas o el brote que aún no se ha abierto. A lo que más se parecen estos arbustos verdes y las tierras en los que crecen es a los viñedos. Divididos en grandes propiedades, cada una de ellas luce el nombre de la empresa multinacional o familiar que lo gestiona: Rothchild, Lipton, Glencor. 

         Los valles pronunciados cayendo sobre los ríos, las numerosas cascadas, el verde intenso convierten a este lugar en un hermosísimo paisaje. La imagen de las recolectoras tamiles inclinadas sobre los arbustos, cogiendo los tiernos brotes y arrojándolos sobre el saco de arpillera que sujetan en la cabeza, con sus saris de colores hindúes, lo hace aún más bonito. Mirados de cerca, son rostros avejentados, aunque curiosamente su cutis es fino y terso, sus vestidos gastados, su cuerpo descosido. Cada jornada reciben 4 o 5 euros por un saco de cinco kilos lleno de hojas, después de 8 horas de duro trabajo. Trabajar cerca de la carretera es un puesto codiciado. Se acercan sonrientes y sumisas a los turistas para que las fotografíen a cambio de unos billetes que siempre serán más que lo que les paga la empresa al final del día.

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