Hay
un día en que abrimos los ojos y es como si viéramos por primera
vez, como cuando cambiamos de gafas tras un cambio brusco de
dioptrías, nos sorprende la nitidez, pero también la agresiva
presencia de lo real. A la chica del relato un día sus padres
separados se le caen al suelo, descubre de golpe el barro de que
están hechos, el lastimoso intento de rehacer sus vidas, con
emparejamientos que son como un descenso en la escala de la dignidad,
así es como, por casualidad, entra en el círculo de Rusell, un
hombre rodeado de chicas y unos cuantos niños. Como la mirada de
Evie es selectiva percibe las energías desconocidas que fluyen en la
granja, una mezcla de libertad, sexo y desenvoltura. Hay cosas que le
extrañan pero termina aceptándolas porque para ella son la primera
vez y no sabe que puedan ser de otra manera. Además las cosas que le
extrañan o que no acaba de comprender las hace porque hay algo que
la atrapa, una energía superior que es la que acaba anclándola a
ese lugar, la relación que establece con una de las chicas, Suzanne.
Con ella está a gusto, necesita sentir su presencia. Evie, como las
demás chicas, ha caído en una suerte de fascinación que termina
por borrar los aspectos desagradables de la realidad, tanto de la
granja como del mundo exterior. Evie tardará en comprender, en ver,
la naturaleza de la familia Russell, la porquería que les rodea, la
falta de alimentos, la insalubridad, la rigidez emocional que se ha
apoderado de todos ellos por la dependencia de Rusell, por la
adicción a las drogas, por la falta de reglas de convivencia, pero
lo verá a través de los ojos de un joven que un día la trae de
vuelta a la granja tras unas semanas fuera. Viendo sus gestos, su
impresión ante el estado de la granja será como ella pueda sortear
el encantamiento y liberar sus ojos del imán de Suzanne.
La
narración necesita el distanciamiento. Sería muy difícil meterse
en la mente caótica de una adolescente, así que sabiamente Emma
Cline opta por narrarnos su historia en dos momentos muy diferentes,
la de aquella adolescente atraída por la tribu Rusell, en 1969, y la
de la mujer adulta, que ahora mira en distancia aquellos sucesos, una
mujer con sus propios problemas para despegarse de aquella historia.
La novela va alternando los dos momentos, siempre atenta a ese fluir
de la vida interior tan evidente, tan presente en la vida de las
personas pero tan inasible, tan difícil de convertir en tema de
conversación.
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