miércoles, 21 de diciembre de 2016

Paterson

  

            William Carlos Williams escribió un largo poema titulado Paterson. Ante sí tenía dos imponentes edificios: los Cantos de Pound y The Waste Land de Eliot. Pensó que no podía ser menos y dedicó la década de los 50 a construir su propia catedral poética. Ensayó una forma nueva de decir en verso, más coloquial, atenta a la conversación, que reflejara el inglés americano, ausente según él en Eliot y en Pound. Además en Paterson quería reflejar el carácter, el paisaje y la historia de América. Frente a Eliot, WCW quería encontrar la prosodia americana, alejada de la tradición extranjera y de los moldes clásicos, que se aproximara a los ritmos del habla. Paterson es una ciudad de Nueva Jersey, definida en cierto modo por las cataratas del Passaic, bajo las que se extiende. WCW camina por las calles de la ciudad, sigue a la gente en el parque, frente a las cataratas, escucha sus conversaciones. El resultado es un largo poema, publicado en cinco volúmenes, entre 1946 y 1958.

            Bajo la advocación de WCW, el protagonista de Paterson, de Jim Jarmusch, de nombre homónimo, recorre la ciudad de Paterson, al volante de un autobús municipal. Ve la luz reflejada en las nubes y en las cristaleras de los edificios, oye las conversaciones de los viajeros, mira el paisaje cambiante, los paseantes, las disputas de enamorados en el bar que frecuenta. Y se le ocurren versos que va apuntando en una libreta, el cuaderno secreto (versos compuestos por Ron Padgett). En casa le espera su mujer, una mujer de aspecto extranjero (la actriz es iraní), llena de proyectos cambiantes, atareada en una obsesión decorativa: pinta (a la manera de Yoyoi Kusama) en blanco y negro  alfombras, estores, cortinas, sus propios trajes, o los cupcakes que vende en el mercado. Ambos se quieren y alientan su amor con una vida tranquila y desestresada, en la que la poesía emerge de la despreocupación.


            Jim Jarmusch refleja con ritmo pausado los sucesivos poemas que se desarrollan a lo largo de una semana. A cada verso que se escribe sobre la pantalla, Jarmusch responde con una imagen evocadora. Cada día es pautado por hitos que se repiten a la misma hora: el despertador y la fiambrera de Paterson, el garaje del autobús y las calles que este recorre, la vuelta a casa y el buzón de correos trastabillado, el mastín alemán en el sofá y la charla con su mujer sobre los sueños que alimenta, el paseo nocturno con Marvin, el mastín, y las conversaciones en el bar acompañadas con jazz de fondo. La vida cotidiana puede ser poesía, lo es para quien no se altera y está atento, incluso como, cuando al final, al protagonista le tumban con una zancadilla inesperada. Allí, frente a las cataratas del Passaic, como el propio WCW, alguien, de forma igualmente inesperada, le puede ofrecer un nuevo cuaderno secreto.

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