sábado, 17 de diciembre de 2016

Didactismo



            Primero, en el Prado esta mañana. En la gran exposición de estos días: Metapintura. Historia de la pintura, de su progresiva autonomía frente al tema religioso, mítico, histórico, político. Los pintores reflexionando sobre su arte y su posición en el tablero social, citándose, compitiendo con los pintores del pasado o con sus contemporáneos, elevándose a la altura de los nobles, recibiendo honores o autootorgándoselos. Por tanto una exposición para leer, reflexionar, comparar, poniendo en suspensión las emociones que convoca el arte. Algo de eso hay también en la publicitada muestra monográfica de una mujer pintora: Clara Peeters. Sus bodegones. Acudo al reclamo de la mujer pintora, como todos los demás que se agolpan en la sala, muchas mujeres, por cierto, algunos, parece, que solo buscando los autorretratos que la pintora se hacía, a modo de reflejos en las copas, vasos o candelabros: ¡Mira en este bodegón, hay seis! Y también en la colecta de dibujos de José Ribera, el mismo espíritu didáctico: la explicación, la referencia, la comparación con sus pinturas o con otros maestros. Demasiado técnica, una clase, en todo caso, para profesionales o para alumnos de pintura. Yo, como la mayoría de los mirones, recorro a paso vivo las salas, leo esta cartela, miro ese dibujo, con cierta indiferencia, sin una emoción que me haga detener.

            Lo mismo sucede esta tarde en el concierto de Jean-ChristopheSpinosi  y su Ensemble Matheus, el mismo empeño por enseñar al público, por deconstruir las piezas de Vivaldi y Mozart que va tocando. La brisa, los pájaros, el pastor y sus ovejas, la tormenta. Enseñar y divertir. Como si en los conciertos actuales, sobre todo en Navidad, todo estuviese permitido: hacer evidente el virtuosismo, alargar los silencios hasta vaciarlos de sentido, añadir sonidos para hacerse el gracioso, jugar con los compañeros, hacer participar al público. Al final, dónde queda la música. En algún lugar, encerrada, a la espera de que cuando se acaben las gracietas y la clase alguien la convoque. Un síntoma, sin duda, del infantilismo que recorre los escenarios.

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            ¿Y qué decir de las exposiciones de Caixaforum, como está de la Edad Media? Son tan explicativas, tan didácticas que resultan intrascendentes. No son un evento cultural, tan solo una extensión de la clase de historia. ¿Es suficiente? Sí para los profesores, también para los gestores de la Fundación de La Caixa cuyo puesto depende de su gestión contable, tanto número de visitantes.



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