lunes, 22 de agosto de 2016

Memorias de un primate



           Robert Sapolsky es un neurólogo especializado en primates que ha pasado buena parte de su vida en la reserva de Mará en Kenia, junto al Parque nacional Serengueti. Su objetivo, estudiar el estrés es los animales, en los babuinos en concreto, y cómo afecta a sus enfermedades y a su sistema nervioso. Pasados más de dos décadas desde que con veinte años plantara su tienda en la reserva, decidió poner por escrito sus experiencias. En el libro habla del grupo de babuinos que estudia a lo largo del tiempo como si fueran personas, dándoles un nombre a cada uno de ellos, Isaac, Rachel, Boopsie, Benjamín, Nabucodonor…, tal es la familiaridad que entabla con la manada, formada por unos sesenta individuos. Estudia sus costumbres, su agresividad, sus alianzas, las peleas por conseguir establecerse como macho alfa, su sexualidad, sus enfermedades, anestesiándolos con cerbatana y tomando muestras de sangre y analizando los datos de vuelta a su universidad. Eso es sólo una parte del libro, de la que se pueden extraer algunas enseñanzas: la muy marcada diferencia individual entre ellos y las semejanzas instintivas con los sapiens, por ejemplo. Pero no se queda ahí, los capítulos dedicados a los animales los alterna con la vida en la sabana, su convivencia con los masai y otros pueblos, la difícil convivencia entre el trabajo de campo y el turismo cada vez más invasor y el trato con los funcionarios kenianos envueltos en la corrupción y sus viajes y aventuras por el interior de África, incluida la Uganda de Idí Amín Dadá. También habla de los problemas de la investigación y de algunos endiosados investigadores como Richard Leakey y, especialmente, Dian Fossey, a la que Sapolsky no tiene en gran consideración.


            En Memorias de un primate vemos el trabajo de campo de un científico, las dificultades de la vida cotidiana en la sabana, las peripecias de un blanco en el interior campesino y ganadero de un país africano, la desmitificación del buen salvaje, en este caso los masai, y las dificultades para tratar usando la razón con los funcionarios de un país corrupto. Todo contado con humor, aplicando la ironía al propio trabajo y a los problemas que van surgiendo. No falta incluso algo de suspense cuando el autor dedica el último capítulo a una epidemia de tuberculosis que teme que acabará con la manada de babuinos que está estudiando y a la que ha cogido tanto afecto. Un libro pues veraniego, pero que cumple con la máxima horaciana del instruir deleitando. Eso sí, tras leer Memorias de un primate, yo me andaría con mucho ojo si se me ocurriese hacer un viaje turístico a una reserva natural africana, no por los peligros de la fauna que parecen estar bajo control sino por el descontrol sanitario de los alimentos que se ofrecen al turista.

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