miércoles, 10 de agosto de 2016

Libre albedrío




  Consideremos un escenario corriente que podemos encontrar en todos los tribunales del mundo: un hombre comete un acto delictivo; su equipo legal no detecta ningún problema neurológico evidente; el hombre es encarcelado o condenado a muerte. Pero hay algo diferente en la neurobiología de ese hombre. La causa subyacente podría ser una mutación genética, cierto daño cerebral causado por una apoplejía o un tumor indetectablemente pequeño, un desequilibrio en los niveles de neurotransmisores, un desequilibrio hormonal, o cualquier combinación de todas esas cosas. Cualquiera de estos problemas podría ser indetectable con la tecnología actual. Pero puede provocar diferencias en el funcionamiento del cerebro que conduzcan a un comportamiento anormal. (David Eagleman, Incógnito)

         ¿Podemos elegir libremente o estamos atenazados por la biología? ¿De qué es culpable un hombre que asesina a alguien estando sonámbulo, o que lo hace porque un tumor presiona su amígdala? ¿Qué significa exactamente culpabilidad? ¿Los principales peritos en las cárceles no deberían ser los neurólogos que han estudiado el cerebro del acusado, siempre que eso sea posible, porque quién nos garantiza que lo que hoy no es visible no lo será cuando las técnicas de exploración avancen más? En consecuencia, ¿son útiles las cárceles para rehabilitar a los drogadictos o a quienes tienen la desgracia de tener una rara combinación genética? David Eagleman cree que el castigo debe estar en función de la neuroplasticidad cerebral, que la jurisprudencia debe basarse en la biología, que es necesaria la rehabilitación personalizada intentando modificar, siempre que sea posible, los circuitos neuronales, trabajar con los lóbulos frontales –órganos de la socialización- que no están desarrollados hasta los ventipocos años y que más que hablar de responsabilidad habría que hablar de modificabilidad, la posibilidad de rehabilitar.

            Queda un largo camino que recorrer. Aunque algo ha cambiado desde que, desde la ciencia radical, el muy prestigioso Stephen Jay Gould se preguntara en 1976: “¿Por qué queremos atribuir a los genes la responsabilidad de muestra violencia y de nuestro sexismo?” y en el periodismo de derechas, Andrew Ferguson escribiera en 1992: “La «creencia científica» […] parecería echar por tierra cualquier noción de libre albedrío, de responsabilidad personal o de moral universal”.


  “La cuestión no es si cada vez se va a explicar mejor la naturaleza humana con las ciencias de la mente, el cerebro, los genes y la evolución, sino qué vamos a hacer con estos conocimientos. ¿Cuáles son de hecho las implicaciones para nuestra idea de igualdad, progreso, responsabilidad y el valor de la persona? Quienes desde la izquierda y desde la derecha se oponen a las ciencias de la naturaleza humana tienen razón en una cosa: se trata de cuestiones vitales. Lo cual es mayor motivo para que se afronten no con miedo y recelo, sino con la razón”. “Stephen Pinker: La tabla rasa: la negación moderna de la naturaleza humana).

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