Antonio Lucas me sirve esta cita de Max Aub: Escribir es
ir descubriendo lo que se quiere decir, que estimula esta nota.
Paralelamente podría decir que leer sirve para saber qué debemos pensar. Mi
actual lectura sigue los derroteros de Javier Gomá Lanzón, el último libro de
su magno proyecto, Tetralogía de la Ejemplaridad, Necesario pero
imposible, unos derroteros totalmente inesperados para mí, que desempolvan
un rincón de mi mente que en otro tiempo estuvo activo, y al mismo tiempo
conectan con una preocupación presente y creciente, no mía, sino de nuestro
momento histórico, el transhumanismo. Gomá se pregunta sobre el mejor de los
hombres, sobre aquel que mejor ha concentrado en su ejemplo la esencia de la
humanidad. No tiene ninguna duda en atribuir al galileo semejante condición.
Jesús mostró con su ejemplo lo mejor que un hombre puede ser, y además sin
contradicción entre su vida práctica y lo que con su palabra predicaba el
más perfecto ejemplar de nuestra especie. Como Nietzsche apuntó lo suyo
era una nueva forma de vida, no una nueva fe. En el fondo no ha habido más que
un cristiano y ese murió en la cruz. Lo que hace Cristo es vivir. Para Gomá, Jesús es el mejor
de los hombres, el más perfecto ejemplar de nuestra especie. En qué se basa su
ejemplaridad: relativiza la convención humana que subordina al alivio del
dolor. Promueve un igualitarismo insólito que afecta a todas las personas,
independientemente de clase o sexo, país o religión, privilegia a los últimos:
pobres, mujeres, niños, dignifica al prójimo atendiéndole con independencia de
su condición. Jesús fue
experimentado, dice Gomá, como la ruptura decisiva de la historia del hombre,
hasta el punto de ser identificado con lo divino. Pero no se quedó ahí la
super-ejemplaridad de Jesús, la de una individualidad sin equivalencia, única,
irrepetible, ahora viene lo que de original y sorprendente hay en la tesis de
Gomá: Jesús, que llenó de esperanza al hombre abatido por su destino mortal –cada
uno de los hombres es víctima de la insoportable injusticia del mundo- con el
anuncio del advenimiento del reino, cuando parecía que con su propia muerte
acababa en derrota su misión y en falsa promesa la llegada del reino, he aquí
que con la intervención de su Padre resucita de entre los muertos, se aparece a
sus amigos y muestra que el reino, con ese acto extraordinario, ha llegado y que
los tiempos se han consumado, y que con su ejemplo nos muestra que la muerte no
es el fin (Uno de los nuestros ha muerto pero no está muerto ni es un muerto
sino un viviente), sino que sin abandonar la mortalidad consustancial a
nuestro estar en el mundo -somos individuos únicos e insustituibles porque
somos mortales-, podemos alcanzar, como el galileo, un suplemento de vida más
allá de la muerte, no una vida eterna, como enseñan las religiones, que nos
despojaría de nuestra singular condición de individuos únicos y mortales, sino
una vida prorrogada. La imitación de ese ejemplo inaugura una inesperada
posibilidad de lo humano. La novedad consiste en que por primera vez un
hombre alcanza una mortalidad sin muerte, la muerte es así una producción
histórica, la muerte se ha tornado en un accidente histórico dentro de la
entera historia de la subjetividad humana, con su ejemplo el galileo
demuestra que puede ser perpetuamente aplazada.
Aunque sugestivo lo que escribe Gomá, me resisto a aceptar
semejante hipótesis con la sola arma de la razón. No me alcanza la fe para
pensar que la vida mortal es prorrogable infinitas veces siguiendo el ejemplo
de Jesús resucitado, pero, en todo caso, la idea está en el aire, la ciencia la
tiene presente y también la tecnología asociada a la supervivencia, es decir,
en palabras del propio Gomá, a la prórroga de la vida en las misma condiciones
materiales que la vida mortal que conocemos.
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