jueves, 9 de junio de 2016

El mejor de los hombres

   
         Antonio Lucas me sirve esta cita de Max Aub: Escribir es ir descubriendo lo que se quiere decir, que estimula esta nota. Paralelamente podría decir que leer sirve para saber qué debemos pensar. Mi actual lectura sigue los derroteros de Javier Gomá Lanzón, el último libro de su magno proyecto, Tetralogía de la Ejemplaridad, Necesario pero imposible, unos derroteros totalmente inesperados para mí, que desempolvan un rincón de mi mente que en otro tiempo estuvo activo, y al mismo tiempo conectan con una preocupación presente y creciente, no mía, sino de nuestro momento histórico, el transhumanismo. Gomá se pregunta sobre el mejor de los hombres, sobre aquel que mejor ha concentrado en su ejemplo la esencia de la humanidad. No tiene ninguna duda en atribuir al galileo semejante condición. Jesús mostró con su ejemplo lo mejor que un hombre puede ser, y además sin contradicción entre su vida práctica y lo que con su palabra predicaba el más perfecto ejemplar de nuestra especie. Como Nietzsche apuntó lo suyo era una nueva forma de vida, no una nueva fe. En el fondo no ha habido más que un cristiano y ese murió en la cruz. Lo que hace Cristo es vivir. Para Gomá, Jesús es el mejor de los hombres, el más perfecto ejemplar de nuestra especie. En qué se basa su ejemplaridad: relativiza la convención humana que subordina al alivio del dolor. Promueve un igualitarismo insólito que afecta a todas las personas, independientemente de clase o sexo, país o religión, privilegia a los últimos: pobres, mujeres, niños, dignifica al prójimo atendiéndole con independencia de su condición. Jesús fue experimentado, dice Gomá, como la ruptura decisiva de la historia del hombre, hasta el punto de ser identificado con lo divino. Pero no se quedó ahí la super-ejemplaridad de Jesús, la de una individualidad sin equivalencia, única, irrepetible, ahora viene lo que de original y sorprendente hay en la tesis de Gomá: Jesús, que llenó de esperanza al hombre abatido por su destino mortal –cada uno de los hombres es víctima de la insoportable injusticia del mundo- con el anuncio del advenimiento del reino, cuando parecía que con su propia muerte acababa en derrota su misión y en falsa promesa la llegada del reino, he aquí que con la intervención de su Padre resucita de entre los muertos, se aparece a sus amigos y muestra que el reino, con ese acto extraordinario, ha llegado y que los tiempos se han consumado, y que con su ejemplo nos muestra que la muerte no es el fin (Uno de los nuestros ha muerto pero no está muerto ni es un muerto sino un viviente), sino que sin abandonar la mortalidad consustancial a nuestro estar en el mundo -somos individuos únicos e insustituibles porque somos mortales-, podemos alcanzar, como el galileo, un suplemento de vida más allá de la muerte, no una vida eterna, como enseñan las religiones, que nos despojaría de nuestra singular condición de individuos únicos y mortales, sino una vida prorrogada. La imitación de ese ejemplo inaugura una inesperada posibilidad de lo humano. La novedad consiste en que por primera vez un hombre alcanza una mortalidad sin muerte, la muerte es así una producción histórica, la muerte se ha tornado en un accidente histórico dentro de la entera historia de la subjetividad humana, con su ejemplo el galileo demuestra que puede ser perpetuamente aplazada.


         Aunque sugestivo lo que escribe Gomá, me resisto a aceptar semejante hipótesis con la sola arma de la razón. No me alcanza la fe para pensar que la vida mortal es prorrogable infinitas veces siguiendo el ejemplo de Jesús resucitado, pero, en todo caso, la idea está en el aire, la ciencia la tiene presente y también la tecnología asociada a la supervivencia, es decir, en palabras del propio Gomá, a la prórroga de la vida en las misma condiciones materiales que la vida mortal que conocemos.

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