sábado, 9 de enero de 2016

La Caída de Roma y el fin de la civilización, de Bryan Ward-Perkins


            ¿Decadencia y caída de Roma y paso brusco a la edad oscura o asentamiento y lenta asimilación de los bárbaros en un largo periodo tardoantiguo que ampliaría la Antigüedad más allá del siglo V hasta el VIII? ¿Qué ocurrió en realidad? La historia no es muy de fiar porque los acontecimientos del pasado suelen ser vistos desde las necesidades del presente. Los políticos la manipulan para construir mitologías nacionales, los historiadores para mantener sus tesis prefijadas y los filósofos para experimentar con abstracciones. La historia es como una puta de libre uso. Así ha sido con el largo periodo que transcurrió desde la caída –una palabra está en discusión- de Roma hasta la coronación del franco Charles como emperador Carlomagno. El propio periodo romano se enfrenta hoy a una corriente que pretende desacreditarlo como imperio opresor cuando “los 500 años transcurridos entre la victoria de Pompeyo sobre los piratas -67 a. C.- y la toma vándala de Cartago y su flota -439 d. C.- son la época de paz más prolongada que el Mediterráneo jamás haya conocido”. La mayor parte de las ciudades, por ejemplo, no eran amuralladas, cosa que no volvió a verse en Europa, ni en el Mediterráneo, hasta finales del siglo XIX. “La seguridad de tiempos romanos desplegó las condiciones ideales para el crecimiento económico”.

            Bryan Ward-Perkins, apoyado en documentación arqueológica, cerámica, pintura, graffiti en las paredes de los burdeles de Pompeya y sobre todo abundantes muestras de restos cerámicos, somete a juicio dicho periodo y, frente a una corriente importante de historiadores que prefieren defender acuerdos entre romanos y pueblos bárbaros y la asimilación cultural de estos, extendiendo la antigüedad clásica hasta el siglo VIII, habla, por el contrario, de invasiones violentas y del desmoronamiento de una sofisticada civilización -otra palabra puesta en cuestión por los actuales estudios culturales-, como queda claro desde el título del libro. Si se presta atención a los restos arqueológicos de dicho periodo, ¿podemos sostener que la desintegración del imperio romano no tuvo consecuencias decisivas para el modo de vida de la gente? Ward-Perkins piensa que sí, que las condiciones de vida se derrumbaron hasta niveles prehistóricos. La población posromana se redujo hasta la mitad, quizá hasta un cuarto de la que había sido. La producción y distribución de alimentos, la dimensión de los edificios, la alfabetización sufrieron una caída dramática. “Para mí, lo más llamativo de la economía romana es precisamente que, lejos de limitarse a ser un fenómeno elitista, hiciese asequibles a todos los estratos sociales productos básicos de calidad”.

            La primera evidencia de la catástrofe que Ward-Perkins aporta es el testimonio de los contemporáneos. Orosio, San Agustín, San Jerónimo. Para este, el traductor de la Vulgata, con la toma y caída de Roma –el saqueo por los godos de Alarico en 410- caía el orbe entero: «in una urbe totus Orbis interiit». La más brillante luz del orbe entero se ha extinguido, escribió San Jerónimo. Pero han sido las excavaciones arqueológicas las que han desvelado el mundo sofisticado que desapareció: “un mundo en el que era posible que un labriego del norte de Italia consumiese alimentos de la zona de Nápoles, almacenase líquidos en un ánfora del norte de África o durmiese bajo un techo de teja. Casi todos los arqueólogos, y la mayoría de los historiadores, convienen hoy en que la economía romana se caracterizaba no solo por un tráfico impresionante de productos de lujo, sino también por un mercado importantísimo de productos funcionales de alta calidad y precios asequibles”. El comercio de ánforas en el Mediterráneo era tan activo que algunos historiadores se preguntan si volvió a igualarse antes del siglo XIX. Otro indicio de declive fue la desaparición del sistema monetario de la vida cotidiana. La economía no sufrió una recesión o una crisis, sino, por el contrario, “un importante cambio cualitativo que supone la desaparición de industrias y redes comerciales enteras”. Ward-Perkins toma el ejemplo de lo que ocurrió en Britania a principios del V: desaparecen las técnicas básicas como construir con mortero y piedra o ladrillo o de techar con teja, la moneda, el arte de la cerámica de torno, se deja de importar vino o cerámica de calidad de la Galia. “Al principio puede resultar inverosímil, pero lo cierto es que la Britania post-romana naufragó en unos niveles de complejidad económica muy por debajo de los de la Edad del Hierro prerromana”.

            Probablemente los invasores no querían destruir sino participar del alto nivel de vida de los romanos. De hechos los ostrogodos, por ejemplo, acuñaron monedas, se rodearon de consejeros romanos y vivieron en palacios de mármol, pero el estrago que provocaron desintegró del estado romano y “fueron la causa principal de la muerte de la economía romana. Los invasores, sin ser culpables de asesinato, sí cometieron homicidio”.

            Pero Ward-Perkins va más allá en su lamento, la tendencia actual de erradicar del pasado cualquier idea de crisis o decadencia y de edulcorar la historia constituye, según él, un peligro para el momento actual: “El final del Occidente romano presenció un horror y un desbarajuste tales que, sinceramente, espero nunca tener que vivir algo semejante; destruyó, además, una compleja civilización, arrojando a los habitantes de Occidente a niveles de vida prehistóricos. Los romanos de antes de la caída estaban igual de seguros que nosotros de que su mundo permanecería para siempre esencialmente inalterado. Se equivocaban. Haríamos bien no repitiendo su autocomplacencia”.

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