jueves, 3 de diciembre de 2015

Modos de ver, de John Berger



            Mi principal objeción a Modos de ver de John Berger, leído 43 años después de su publicación, es que no distingue con claridad entre el mercado de los objetos artísticos, no muy diferente del mercado del grano, de la lana o de los edificios, y el arte en sí. Si el mercado del arte es uno más de los mercados se sitúa en el curso de la vida normal reconocible, pero el arte en sí está en otro nivel, allí donde se encuentra con la poesía o la música. Al estudiar la historia del arte desde el punto de vista materialista, John Berger impone por encima de cualquier otra consideración el reflejo en ella de la estructura social: poder, posición social, valor de mercado, roles sociales. Así la superioridad del hombre poderoso o la sumisión de la mujer. Por ello, para validar su tesis, selecciona cuadros medianos, anodinos, típicos (reconoce que lo hace), no grandes obras donde el arte se sobrepone a la expectativa dominante. Cuando nos detenemos ante una obra, en un museo o en una expo, no lo hacemos como ante un escaparate, el deseo de poseer la obra expuesta cede ante la expectativa de la conmoción estética. ¿En qué se parece un hombre que acude a un prostíbulo –mercado- a un hombre enamorado –experiencia única? La experiencia estética como la amorosa es única, intransferible. ¿Qué le importa a quien vive una experiencia semejante que el señor tal o cual acumule un sinfín de objetos artísticos o que coleccione amantes? El hombre enamorado o el conmocionado vive ensimismado por la experiencia amorosa o estética, sólo cuando esta se diluye o apaga puede volverse envidioso o codicioso.

            ¿Existe una ética asociada al arte? se pregunta John Berger. Responde que sí, que, todavía hoy, la clase dominante pugna por imponer sus valores, pero habría que distinguir entre la hipocresía de los valores reflejados en los cuadros mediocres, espejo de la clase dominante y la ética (Nulla aesthetica sine ethica) de las obras maestras, que lo son entre otras cosas porque ponen esos valores en cuestión. El arte ofrece un punto de vista despojado o desinteresado y en los periodos críticos antagónico.

            Al ser el punto de vista de John Berger reduccionista, la vida material subyuga los modos de representación y la vida colectiva a la individual, hace afirmaciones como estas, desmentidas por la historia reciente: “En la cultura del capitalismo es inimaginable ya cualquier otra clase de esperanza, de satisfacción o de placer”. “El individuo actual vive en la contradicción entre lo que es y lo que le gustaría ser”. “En sus sueños diurnos, el obrero pasivo se convierte en consumidor activo”. “Entonces, o cobra consciencia de esa contradicción y de sus causas, y participa en la lucha política por una democracia integral, lo cual entraña, entre otras cosas, derribar el capitalismo; o vive sometido continuamente a una envidia que, unida a su sensación de impotencia, se disuelve en inacabables ensueños”. Frase rematada con la última imagen del libro, una obra de Magritte, En el umbral de la libertad, donde un cañón está listo para disparar sobre el mundo representado en imágenes.

            La capacidad del arte para sobreponerse al mercado, para utilizarlo o para jugar con él desmontando sus mecanismos encuentra el gran petardazo en la famosa subasta que de sus propias obras hizo Damian Hirst en la Sotheby’s el 15 de septiembre de 2008, el mismo día en que caía Lehman Brothers. El mismo día que el artista daba el pelotazo el capitalismo financiero se hundía.¿Cómo interpretaría John Berger ese suceso, como la sumisión total del arte a la lógica del mercado o como una cínica burla de sus procesos?

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