jueves, 19 de noviembre de 2015

Cómo lo ves



            Hay quien prefiere al mirar tornarse hacia adentro, sin acabar de salir de sí. No puede o no quiere dejar que los colores, la luz, las formas lo penetren, lo tiene todo dispuesto para que la contemplación no perturbe su pensamiento. El misterio de la naturaleza lo guarda en su corazón. La pureza de su idea del mundo podría ser contaminada por la abierta visión.

            Abrir de par en par los ojos parece la opción más fácil, parece estar al alcance de la mecánica fisiológica, pero no lo es. Requiere un gran esfuerzo de limpieza en la mirada. A la pintura, al arte en general, le ha costado siglos desnudar la mirada, desde que los canteros románicos dibujaran apóstoles y ancianos del Apocalipsis en los arcos de las portadas con los ojos de su corazón. A simple vista parece como si del maestro de Sant Climent de Taüll a Picasso o a Rothko se hubiese culminado un ascenso técnico de creciente dificultad sólo al alcance de grandes virtuosos, y no ha sido así. Al contrario, el arte de finales del siglo XIX y de parte del siglo XX ha sido un acto de coraje donde la sabiduría no estaba en el dominio técnico sino en la valentía por desaprender, por ir despojándose de las sucesivas capas de suciedad y errores propiciados por siglos de buen gusto, rutina, costumbres, mercado y academia.

            Pero la pintura es solo una imagen del mundo, sinécdoque de nuestro proceder. Despojarse de las costras del pensar no es tarea fácil, el miedo a resfriarse, a coger una pulmonía es tan fuerte que uno prefiere seguir mirando, abrigado por una gruesa capa, a través de gruesos culos de vaso que ni siquiera queremos ver. Despreciamos la mirada limpia como cosa de niños, impropia de adultos serios y respetables. Estamos dispuestos a admitir que el oído, el gusto, el tacto y el olfato están atrofiados, somos conscientes que de ellos no nos podemos fiar, pero no que la vista lo esté más que todos ellos, porque no vemos con mirada serena, antes de abrir los ojos ya sabemos lo que vamos a ver.

            Lo curioso del asunto es que el arte ya hace un siglo que se desnudó, aunque ahora anda algo confuso, pero en el mundo de la percepción no ha ocurrido algo semejante. Nuestra mente es un batiburrillo de ideas falsas con las que organizamos nuestro conocimiento del mundo. Lo que mancha la mirada es la idealización. Es como si no hubiésemos salido del portal románico. Proyectamos en los demás ideas falsas o vemos en ellos la idealizada imagen de nosotros mismos. Encajonamos los sucesos de la realidad en nuestra biblioteca mental como hechos prescritos por nuestras ideas previas. Los sucesos de París no nos pillan de sorpresa porque tenemos un arsenal de causas que los preveían (Estas o estas). En realidad, no han sucedido, estaban ahí, esperando, agazapados, para dar continuidad a las ideas forjadas con anterioridad, para dar consistencia a nuestros prejuicios. Sólo limpiando la mirada podemos dar una oportunidad a los hechos, a la vibración que generan, al pálpito incesante de la vida.

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