martes, 8 de septiembre de 2015

Perú. 04. Nazca

            

            - ¿Uds de dónde vienen? -nos pregunta, mirando por el retrovisor cuando iniciamos la ruta-, Yo soy de Bilbao, del norte de España. Me llamo Erazo, Jesús Erazo.
            Quién lo iba a decir, observando su piel dura y oscura de elefante viejo. Lo hemos contratado a las puertas del aeródromo de Nazca, a instancias de otro personaje cachazudo que, tras la animación de primera hora para sobrevolar las enigmáticas y famosas líneas de Nazca, dejamos atrás, repantingado en su silla de plástico, a la espera de más turistas con dinerito inquieto.

            El vuelo en avioneta apenas ha sobrepasado la media hora, con piloto y asistenta vestidos para la ocasión, uniforme blanco y azul oscuro. Hombre y mujer, se han limitado a señalarnos dónde debíamos mirar. Con un poco de atención, a doble pasada, hemos podido ver una gran confusión de líneas, algunas figuras trapezoidales, un pájaro, acaso un cóndor, un mono, un colibrí, una araña, unas manos y con algo de imaginación un astronauta y una ballena. Nada más, a ochenta dólares por persona, seis turistas y dos tripulantes apretados en la cabina, ninguna interpretación, apenas un video borroso de tanto pase en la sala de espera, una vieja grabación de National Geographic.


            - ¿Qué han visto arriba?, ¿Qué saben de Nazca? –nos pregunta enfadado Jesús. Apenas nos deja balbucear que algo hemos leído al respecto-, Nada, figuras que no saben lo que significan, ni cómo están hechas. Se dejan estafar, miran durante media hora y vuelven con la cabeza hueca, sin nada dentro. Dinero y cabeza hueca, eso son los turistas.


            Cuando se acaba el asfalto, Jesús nos lleva por pistas pedregosas durante kilómetros. Hace de chófer y de guía, no se cansa de hablar, con voz ronca y asfixiada. El motor del coche de marca indefinida renquea como sus pulmones. Podríamos apostar por quién va a petar antes, si el coche o Jesús. El aire le entra con dificultad, parece que esté a punto de dar la última bocanada, aunque en el último trance echa mano del ventolín y vuelve a respirar. Luego, se aclara la garganta con un buche de agua que bebe de una botella de plástico, dibuja sobre la arena y prosigue su perorata. Ha trabajado con María Reiche, dice, la alemana que puso orden en la interpretación de las líneas de Nazca. Las líneas hay que verlas sobre el terreno, tocarlas, pisarlas.


            La primera parada nos impresiona. Una pirámide emerge sobre los cerros arenosos, que se elevan por encima de un pequeño valle que rompe la uniformidad del desierto, una sucesión de terrazas de adobe que se van escalonando. Un sendero delimitado por piedrecitas blancas nos lleva hasta el sitio arqueológico de Cahuachi: la pirámide, una plaza cuadrada y los restos de una antigua iglesia construida sobre un templo derribado. Ahí, hace 2.000 años, floreció la cultura nazca. Jesús nos informa entre excitado y ofendido por la mucha estulticia que rodea la arqueología peruana. Este lugar fue un centro ceremonial enorme adonde acudía gente de la sierra y de la selva amazónica, cada uno con valiosas ofrendas que los depredadores humanos han ido arrancado de los escondrijos más recónditos. Ciento cincuenta hectáreas, con 5.000 tumbas y varias pirámides que permanecen ocultas bajo los arenosos cerros. La que vemos fue excavada, y en parte reconstruida, por el italiano Giuseppe Orifici, a su costa, “ya que el gobierno peruano solo le interesa el modo de hacer pagar a los turistas”. Parte de los tesoros están en el museo Antonini de Nazca. A la salida Jesús se entretiene con el vigilante, un viejo enjuto y consumido al que el departamento correspondiente no paga desde hace más de seis meses. Jesús le entrega unos plátanos que ha comprado por el camino, cinco por un sol, mientras el viejo toma nota del número de visitantes.


            Unos cuantos kilómetros más de pista polvorienta y llegamos a la necrópolis de Chauchilla, un lugar repleto de tumbas excavadas en el suelo, protegidas de los elementos por humildes techados de paja. Jesús nos lleva allí no porque él valore demasiado el sitio -“¡Tumbas!”-, sino porque se lo hemos pedido. Nos da una explicación somera y nos indica el recorrido por las doce tumbas restauradas. Cada una tiene unos dos metros de profundidad por dos o cuatro de ancho. En ellas han acondicionado a las momias en cuclillas, cubiertas con los harapos que el tiempo y el saqueo han preservado, algunas con el cráneo blanqueado, otras con el pelo largo apelmazado. Corresponden al periodo chincha que transcurrió entre el 1.000 ac y el 1.400 dc, antes de que los incas estableciesen su imperio.


            A mediodía, tras pasar por un taller alfarero donde se supone siguen utilizando técnicas ancestrales, junto a Rafa y Pilar que nos acompañan todo el día, comemos en la muy animada plaza de Armas de Nazca. Celebran una festividad mariana, una kermés, dicen, donde han acudido los campesinos de los alrededores para ofrecer y probar exquisiteces gastronómicas. En una de las paradas compramos unas papas rellenas sabrosísimas que no volveremos a encontrar en el viaje.


            Por la tarde, Jesús nos presenta a un grupo de animosos italianos que se unen a nosotros para ver el increíble acueducto nazca de Cantalloc, de más de quinientos años, con canales subterráneos de varios kms, algunos aun en uso, y rampas circulares que se hunden en espiral, construidas con paredes de cantos rodados, que servían para su mantenimiento. El plato fuerte de la tarde, sin embargo, debía ser la explicación en situ del misterio de las líneas de Nazca. Nos tenía prometido que las tocaríamos, que descifraríamos en vivo y en directo su misterio, pero debido a la presencia de otros turistas no podemos traspasar la cinta de plástico que nos impide el paso. Así que al llegar a los geoglifos de Cantalloc, que representarían instrumentos textiles, como una aguja y unas espirales en forma de ovillos, nos hubimos de conformar con la explicación de Jesús. Desde una colina no muy alta, próxima a las líneas, Jesús nos transmite la sabiduría de María Reiche: los geoglifos no tienen profundidad alguna, son espacios limpios, delimitados por líneas de cantos amontonados, que el especial microclima de la zona, humedad nocturna y viento rasante, conserva tal como se dibujaron hace cientos de años con la ayuda de cuerdas, bastones y estacas. Fueron proyectados desde colinas como en la que nos encontramos de la forma más simple, quizá con ayuda de algún diseño previo, pero seguro que sin intervención extraterrestre.


            El atardecer cae sobre los Paredones, otro sitio arqueológico. Habitaciones, terrazas y pequeñas plazas, hechos de piedra y adobe, un centro administrativo inca que debió servir para almacenar y distribuir la producción agrícola. Cuando nos despedimos, en un aparte, Jesús nos pide que no comentemos con los italianos el precio acordado con él porque a ellos les ha cobrado el doble, no por voluntad propia, la de un hombre íntegro, desinteresado amante de la historia del Perú, sino por los trapicheos de la agencia.


            Del Hotel Alegría, por la calle Lima, una arteria longitudinal que parte la ciudad en dos, o eso nos parece, al modo de los pueblos y ciudades castellanas atravesados por el Camino de Santiago, se llega a la Plaza de Armas, avanzando cuatro cuadras. La cuadra es una forma muy práctica de orientarse en una ciudad, que los sudamericanos utilizan mucho y que viene a equivaler a nuestra manzana. Los nasqueños han sacado a pasear a la Virgen de Guadalupe por una calle floreada, en la que han dibujado sobre el suelo una especie de mandala con los emblemas de la Virgen y de la ciudad. Desde la parroquia sale un grupo de niños vestidos para la ocasión que desfila y canta al son de la música que atrona desde un altavoz cercano. El día ya ha caído, pero todavía en un mercadillo cercano se venden frutas tropicales, una variedad ingente de papas y ropa de marca falsificada de muy baja calidad. María y Rosa se entretienen, aunque sin mucho entusiasmo. Para salir del paso, un plato de chicharrones de pescado o de pollo es una buena opción para acabar la jornada, mientras llega la hora de tomar el bus.

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