De los dos
grandes proyectos de la ilustración, la igualdad es el más seductor y el que
parece más fácil de alcanzar. En él confluyen la esperanza, el resentimiento,
el deseo de justicia, el de venganza. La libertad es una proposición a largo
plazo que exige la implicación personal, libertad y responsabilidad van de la
mano, el hombre libre se empeña, actúa. La igualdad es igualmente difícil de
conseguir, pero la gente está dispuesta a creer que hay atajos, un camino corto
para establecer un rasero que iguale a los hombres. Ese rasero se llama
revolución. La tercera aspiración ilustrada, la fraternidad es un simple anhelo
del espíritu, una exigencia retórica del discurso, benevolencia.
No es
extraño, pues, que los reclamos mesiánicos de los movimientos milenaristas que
de tanto en tanto descienden desde la montaña a las plazas tengan eco en
seguida. La aspiración a la igualdad es universal y mantenida en el tiempo.
Pero en todo movimiento mesiánico hay trampa, bajo el voceo de la igualdad se
esconden no solo el afán de poder absoluto (asaltar los cielos) sino los intereses
personales, materiales y espurios de almas podridas. Cuando nos plantean
soluciones fáciles, sencillas, inmediatas, en blanco y negro, sabemos que no
son honestos, que su mente está sucia, ¿pero cuántos están dispuestos a aceptar
las consecuencias de saberlo?, ¿cuánta mierda estamos dispuestos a tolerar a
cambio de alcanzar el bien supremo de la igualdad?
En el
discurso de los milenaristas se vuelve a oír el mensaje evangélico, se
proclaman amigos de los pobres y de los desahuciados, se ofrecen cuando
obtienen el poder a preservar partidas enteras para practicar la caridad
pública, aunque pocas veces se hacen eco de este pasaje de Pablo de Tarso: “Cuando
yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero
cuando llegué a ser hombre, dejé las cosas de niño”. El mesías de la nueva
iglesia prefiere que sus feligreses sigan siendo niños. Pero ya somos adultos,
nadie puede llamarse a engaño, ¿quién puede proclamarse inocente si sabe algo
de historia?
La realidad
es siempre molesta, o termina por serlo cuando el aturdimiento amoroso ceja o
cuando la ensoñación se desvanece. El despertar funesto es el precio que
pagamos por ser más que animales, por aspirar a dioses, por querer asaltar los
cielos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario