lunes, 27 de julio de 2015

Muerte y dolor


            Salí temprano de Castefa, poco antes de las cinco de la mañana. Como era domingo apenas había tráfico. Hacía tiempo que no conducía a esas horas, así que no recordaba la somnolencia del alba. Durante muchos kilómetros creí que podría vencerla. Me puse a cantar a voz en cuello, me golpeaba, me pellizcaba, sacaba el brazo izquierdo por la ventana para conducir el aire fresco hacia mi rostro, aunque los párpados se me cerraban me creí con fuerza suficiente para levantarlos. Así forcejeé durante kilómetros, esperando parar donde siempre paro, en el Hostal Pepa, cerca de Zaragoza. Cuando ya estaba cerca, muy cerquita de ese lugar, desperté sobresaltado conduciendo por el carril contrario, en contra dirección. No sé cuántos segundos estuve dormido. Menos mal que no venía nadie por ese carril. Sólo me pasó otra vez yendo de Castelldefels al Prat, justo después de comer, con el sol en el cénit, yendo a trabajar. Recuerdo otros momentos de imprudencia y otros en que no dependió de mí, una resaca en el mar que me llevó hacia dentro y me dejó sin fuerzas; un Peugeot 305, azul eléctrico, en las cuestas del Garraf, adelantando a un camión, cruzada la línea continua, en curva y con cambio de rasante, me tope con él cuando salía de la curva, de frente a un par de metros, con tiempo justo para lanzar la bici con violencia contra la pared de roca de mi izquierda. Con la bici he tenido muchos huy y nunca fueron mi culpa. Ayer sí. La muerte está ahí esperando, a la salida de una curva, en el cruce de una línea discontinua, en unos análisis rutinarios, pero no en forma de figura negra y cadavérica sino como brusco o lento enfriamiento y extinción.


            Iba a Burgos al sepelio de mi prima Micaela, aunque ella siempre fue Mica, una mujer que ha pasado por el mundo de puntillas, como pidiendo perdón por las molestias. Era la mujer más sonriente que he conocido, ella y su hermano Joselito, los dos con hermosos ojos azules, abiertos de par en par. A Mica no le ha llegado la muerte de golpe, sino mediante una mala suerte prolongada en el tiempo, a unos les toca la lotería y a otros les tocan los números malos, a ella varias veces pero nunca dejó de sonreír. Era tan discreta que una vez encontré a su madre en Madrid, a la salida de un museo. Yo iba con N, urgidos por una prisa que no tenía urgencia alguna. Estuvimos hablando un rato. Mi tía iba acompañada por una amiga o eso supuse. Hasta ayer, que hablando con mi tía Felipa me sacó de la confusión para gran vergüenza mía, no era una amiga, era Mica quien le acompañaba. Simplemente no la vi, no la reconocí. No es excusa decir que hacía años que no la veía. Mica ha vivido tres años muy malos, tantos como los que ha vivido su madre junto a ella. Pero el dolor de mí tía venía de antes, de cuando perdió a su marido bruscamente, de cuando en medio de esos tres años de dolor perdió a su hijo, Joselito, también de forma inesperada y atroz. Las dolencias físicas, las operaciones, los by passes de Felipa eran dolor accesible, con el que ya contamos por los desajustes mecánicos del paso del tiempo, pero lo de Mica y Joselito han sido dolor inesperado, ese que te proporciona la lotería inversa.

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