
Anna Grau aplica
un tratamiento leve a un problema grave. Es un reportaje tipo Hola, opiniones
breves de mucha gente florida sobre el grave asunto de la Secesión. A lo mejor
acierta y la alargada sombra de la secesión es tan ominosa como la de los personajes
de los cuentos infantiles y lo que le corresponde es esa ligereza que permite
traspasarla desvelando en su transparencia su nadería. De las muchas respuestas
que ofrecen los personajes entrevistados, casi todos orbitando en el mundo
Madrit,
hay muy poco relevante que retener, por no decir nada, nada que no hayan dicho
en sus reflexivas nadas anteriores, si acaso el gesto de los muchos que se
ponen de perfil y ofrecen menos que nada, o no se atreven o guardan su opinión
para artículos de pago. Quizá, la del abogado de la infanta, Miquel Roca, que
se excusa, porque las opiniones que lleva el libro vienen del lado español del
tema. Sí que retengo el cuento que la propia Grau ofrece mediado el prólogo.
Este:
“Miren, les
voy a copiar aquí un pequeño fragmento de un relato de ficción que escribí hace
cierto tiempo, a escondidas de todo el mundo. Es rigurosamente inédito. La
protagonista de mi historia es una periodista madrileña que trabaja en los
servicios de comunicación de la presidencia del gobierno de España. Y un día a
la salida de una rueda de prensa del presidente, a la que por razones que no
vienen al caso ella, Paula, no ha prestado mucha atención, va y le sucede esto:
Al salir de trabajar se encaminó como siempre hacia el
aparcamiento de la Facultad de Estadísticas. Allí se encontró con una
periodista nativa de Barcelona, habitual de Moncloa, que había asistido a la
rueda de prensa de la tarde (de la que Paula no se ocupó ni casi se enteró, estaba
liada con otras cosas) y que ahora trataba de parar un taxi para volver a
Madrid. Pero no pasaba ninguno. Paula se ofreció a llevarla en su coche.
-Me ha extrañado mucho no verte cuando el presidente del
gobierno ha hecho su alucinante anuncio…-comentó la periodista de sopetón, antes
incluso de abrocharse el cinturón de seguridad.
¿Alucinante anuncio?, acusó Paula el golpe de la inopia. Por
saber qué anuncio era ese que había hecho el presidente, justo después de
reunirse con el Catalán, se habría dejado cortar un pecho. Pero por supuesto se
dejaría cortar los dos antes de preguntarlo. Optó entonces por lo único que se
puede hacer en un caso así: pisar el embrague, poner cara de póquer y confiar
en el afán exhibicionista de los mejor informados que ella. Al fin y al cabo, para
presumir de lo que se sabe no hay más remedio que revelarlo.
-Cuando el presidente ha empezado a hablar yo no daba
crédito, Paula, la verdad…¿tú crees que todo esto lo dice en serio?
-Hasta donde yo sé, todo lo que dice el presidente
siempre es en serio…
-Pero es que esto…¡esto es que es muy gordo! Y para que
lo diga yo, que soy catalana…
La susodicha periodista de Barcelona parecía tan abrumada,
y tan incapaz de especificar por qué, que Paula sopesó la posibilidad de
aparcar sus escrúpulos profesionales y tirarle abiertamente de la lengua.
-¿Lo has hablado con los demás periodistas? –inquirió en
un último intento de sonsaque sutil- ¿Ellos se muestran tan… reacios como tú?
-Bueno…desde luego nadie se esperaba esto. Nadie esperaba
que el presidente saliera y anunciara que va a convocar un referéndum para que
todos los españoles voten…¡si quieren que Cataluña y el País Vasco sigan
formando parte de España! ¡Nos ha jodido!
El dato le llegó a Paula cuando ya salían con el coche
del complejo de Moncloa. Casi se come un autobús que pasaba.
-¡Pero mira por dónde vas! –la regañó la de Barcelona, para
volver acto seguido al carril principal de su queja- ¡Un referéndum para que
todos los españoles decidan si quieren cargar por más tiempo con nuestra
“eterna disparidad rechinante”, o si prefieren olvidarse de nosotros de una
puta vez! ¡Y que ahí nos las compongamos, pagándonos nuestro ejército, nuestra
seguridad social y nuestro servicio de correos! ¡Y que si jamás se nos ocurre
volver a aparecer por Madrid, que sea con el pasaporte en la boca…siempre que
nos admitan en la UE, que si no, hasta un visado habrá que sacarse! ¡Como si
viniéramos de Nigeria!
Ella chillaba cada vez más alto y a Paula esto le hacía
el mismo efecto que la primera vez que vio desplomarse las Torres Gemelas de
Nueva York por la tele. También aquel día lo primero que pensó fue que las
imágenes estaban muy bien hechas, pero que evidentemente tenían que ser un
montaje. Ella era consciente de que los periodistas de Madrid suelen desempeñar
su trabajo con una tasa de alcohol en sangre mucho más alta que la máxima
permitida para conducir. Esta era de Barcelona, pero llevaba en Madrid tiempo
más que suficiente para haberse aclimatado.
-Déjame decirte, Paula, que esto supera ampliamente en
cachondeo al referéndum de la OTAN y hasta al de la sucesión de Franco…¡Esto es
la hostia! Qué mala leche tiene este presidente, parece mentira. Y yo que le
consideraba un tío majo…Pues aquí nos la ha metido doblada pero bien, bien, bien…
-¿A quiénes? –se interesó Paula.
-¡¿Cómo que a quiénes?! Oye, ¿tú no serás de los freaks
que van a votar que no? –le espetó con brusca alarma- ¿Ya no nos cuentas a los
catalanes como españoles? ¡¿Ya te la suda lo que nos pase?!
-Pero, ¿qué os va a pasar? –trató Paula de sosegarla y de
calmarla- Ser independientes, tener un país para vosotros solos…¿no era lo que
queríais?
La periodista de Barcelona la miró furibunda:-¡Yo no! ¡Yo no lo quiero! ¡Y la mayoría de los catalanes
que yo conozco, tampoco!
-Pues vaya –asimiló Paula con cierto desconcierto esta
respuesta –Pero entonces, ¿qué problema hay con el referéndum? Se vota que no y
aquí paz y después gloria…
Había algo esencial que por lo visto Paula estaba
tardando mucho en comprender; y eso a la de Barcelona la sacaba de quicio.
-Si este referéndum fuera sólo en Cataluña yo no me
preocuparía, Paula…Sería un juego de niños…Lo que me preocupa es que esto se
ponga a votación en toda España…Precisamente ahora que están tan hasta la boina
de nosotros…¡Precisamente ahora!Sus susurros habían ido adquiriendo tal componente de
angustia que Paula experimentó una imprevista punzada de compasión.
-Porque
un señor que vive en Cornellà, pero él o sus padres nacieron en Córdoba, siempre
tendrá a dónde ir…Siempre puede volver y pedir asilo, supongo…Pero si eres
catalán, catalán a secas…¿a dónde te vas? ¡¿A los Altos del Golán?! Me cuentan
que ya hay gente colapsando el puente aéreo y el AVE, cruzando los Monegros en
coche y si se tercia el Ebro en patera…Ya verás, en unas horas va a ser el
éxodo…
De algún modo Paula acabó intuyendo que aquello era como
la caída de la segunda Torre Gemela en Nueva York, que dio incomparablemente
más miedo que la primera. Porque que la primera Torre cayese era un delirio, algo
que no podía suceder; mientras que la segunda Torre se desplomó en un mundo ya
consciente de que aquello sí era posible. En pocos minutos el mundo se había
hecho incomparablemente más viejo”.
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