domingo, 12 de abril de 2015

Odio el fútbol



            Creo que nunca he odiado a ninguna persona, no me lo he permitido, pero si que he odiado cosas, situaciones, estados de injusticia. Es el caso del fútbol. Me gusta ver de vez en cuando un partido del Barça o del Madrid, partidos de la copa de Europa o del mundial, pero no soporto que acaparen mi tiempo, el tiempo de todo el país, que lo colonicen días enteros sin que nadie proteste o haga algo para revertir la situación.
            Odio el tiempo que los telediarios dedican al fútbol, los programas dedicados al deporte, las tertulias futbolísticas de la tele.
            Odio encender la radio, pasar de presintonía en presintonía y que todas las emisoras estén hablando de fútbol, que sea imposible encontrar una que hable de otra cosa. Odio especialmente los gritos tipo tarzán de la selva cuando un equipo marca un gol.
            Odio abrir un digital y que media página vertical, de arriba abajo esté saturada de deportes.
            Odio que algunos fines de semana, y los lunes, las portadas muestren como noticia principal el resultado de un partido o la consecución de un trofeo.
            Odio la búsqueda incansable por parte de los periodistas de noticias relacionadas con jugadores de fútbol (incluso con directivos): con quién salen, con quién se casan, cuál es su estado de ánimo, dónde pasan las vacaciones.
            Odio la literatura del fútbol, las crónicas deportivas con esa retórica vieja que se gastan, especialmente las que se bañan en un metaforeo brillante y supuestamente original. Odio los cuentos de fútbol perpetrados por escritores, las biografías o novelas de futbolistas. Odio especialmente las películas dedicadas a futbolistas famosos o a equipos con muchos fans.
            Odio la retórica del poder asociada al fútbol, y al deporte, reyes y presidentes y ministros en los palcos, en las inauguraciones de competiciones o en las finales de los campeonatos, recibiendo a los equipos que han ganado un trofeo, haciéndose la foto.
            Odio las asociaciones deportivas, las poses de sus directivos, sus discursos banales, sus chistes sin gracia.
            Odio más que nada las celebraciones: los claxones de los coches participando a todo el mundo que su equipo ha ganado, las manifestaciones de fervor en torno a los autocares con los jugadores portando el trofeo y la multitud aclamando.
            Odio la retórica religiosa de jugadores y equipos llevando los trofeos a la virgen de no sé donde o a la ermita de no sé qué.
            Odio que no se denuncie el exceso, que el país lo consienta, que se bañe en esa charca putrefacta y maloliente, que no se ridiculice a los periodistas y escritores que lo fomentan, a los intelectuales que convierten el fútbol en metáfora de no se qué. Odio la miseria moral del país.

            España quiere la gloria de sus futbolistas por encima de la posibilidad de tener premios Nobel. Yo no quiero un país así.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo lo odio más todavía.
Odio el aspecto patibulario de los futbolistas.
Odio que sea obligatorio que los futbolistas se casen con modelos.
Odio que no se callen, cuando ni saben hablar ni tienen qué decir.
Odiaba, hace años, los domingos de fútbol, después, los lunes de comentarios de fútbol. Ya estoy obligado a odiar toda la semana de fútbol.
Odio que todo el mundo lleve camisetas de futbolistas.
Odio que si me voy a las chimbambas, todo el mundo, para parecer simpático, me hable del Real Madrid o del Barcelona.
Odio que sea un espectáculo aburrido, insípido, mediocre, tumefactado por los gritos inarticulados de sus locutores de radio y televisión y una grotesca pretensión de profundidad. No me gusta mucho el deporte, pero algunos son divertidos. El fútbol, no.
Odio lo que ha hecho con todos los niños del mundo. Les ha lavado el cerebro, desde Corea a Guatemala, desde Uganda a Laponia. Todo el mundo es fútbol.

Anónimo dijo...

Odio el fútbol porque me ha hecho odiar el mundo, que ahora es solo fútbol...