lunes, 27 de abril de 2015

Diario íntimo (Novela de la vida de un hombre), de Eugenio Noel


            De familia muy humilde, Eugenio Noel nació en Madrid, en 1885, se formó en los seminarios de Tardajos, en Burgos, y de Madrid y en teología en la universidad de Malinas. Así trataba de complacer la voluntad de su madre y de la duquesa de Sevillano, su benefactora, quienes se empeñaban en hacerle cura aunque el no estaba por la labor. Le iban más la vida secular, las tertulias de café y la calle. Sin embargo, con facilidad para los idiomas y voracidad lectora, su formación tuvo mucho de autodidacta. En tertulias como la del café Levante conoció a Valle-Inclán, Baroja o Machado y a la bohemia madrileña. También a la cantante María Noel, a quien hizo su amante y de quien tomó el apellido.

            La escritura de este grueso volumen de más de 800 páginas es algo deslavazada, al principio telegráfica, luego más morosa. En la primera parte de su vida pasa como un bólido por los acontecimientos, no se detiene ni ante las muertes de su madre, de su hermano o de su padre, hechos que menciona con una frase: “La muerte de mi padre el 6 de diciembre de 1908, a los cincuenta y seis años e edad”. Y ya está, es todo lo que dice. Frases cortas, impresionistas. No cuenta historias o lo hace muy brevemente. Solo de vez en cuando hace descripciones de ambiente que merezcan la pena, como esta:

            “Una noche llego a un café de camareras. Yo he visto muchos retratos de ese hombre que está allí, junto a una mesa frente a un ajenjo de dudoso verde. Yo lo he visto; es musculoso y basto, y tiene cara de indio triste, una cara grande que le rebosa el cuello, y en la que las protuberancias frontales proyectan sombras inmensas. Ese hombre lee, y mientras lee entre sorbo y sorbo de ajenjo, lo escuchan silenciosos y admirados, Antonio Machado, el único poeta español de hoy; el vago, perdulario y sentimentaloide Emilio Carrere; el imbécil vitalicio Cristóbal de Castro, y Pío Baroja, el único que con Machado será algo considerable después”.

            Desorientado, sin rumbo, atormentado, según él mismo, por su vida de miseria, se deja aconsejar por Ortega para que se aliste en el ejército y vaya a la guerra de Marruecos para hacerse hombre. De la experiencia vuelve con un libro, Notas de un voluntario, donde agrupa los artículos escritos sobre la guerra, y con ganas de polemizar en público contra la guerra, que le llevan a la cárcel: “Di a mi patria el consejo de volver a nuestras plazas de Ceuta y Melilla y dejar que los moros se entendiesen con las potencias extranjeras, pues de no hacerlo aquello sería la ruina de España”.

            Cogido el gusto, orienta su vida hacia el periodismo y hacia las conferencias. Buena parte del libro son páginas y páginas dedicadas a su actividad de conferenciante por provincias, pueblos y ciudades españolas, y por América, primero como epígono del noventayochismo, luego como activista republicano y por fin como antitaurinista y antiflamenquista, todo con gran éxito, como va anotando. De ellas irá sacando un montón de libros de mediano éxito. De vez en cuando, el autobombo deja paso a las tribulaciones: nunca tiene suficiente dinero. Amada, la madre de sus hijos, se lo pide. Y muy de tarde en tarde pergeña alguna historia interesante como la narración sobre la muerte de un maestro al que los chiquillos de un pueblo perdido odian porque les pegaba y de quien nadie se ocupa en su mortaja. 

            En sus asuntos personales es poco claro y ligero: “Recibo carta de Amada, que me informa de su embarazo, lo que me hará conocer, en una sombría fase de miseria, la miseria de una casa en la que se va desarrollando la venta progresiva de los muebles”.

            “Muy poco después, Amada da a luz una niñita, que nos desilusiona, causando nuestra desesperación. Hemos, aprisa y corriendo, de vender todos los libros que he reunido con grandes esfuerzos”.


            Apenas hay referencias al momento político en estas páginas y es una lástima porque su vida atravesó una época llena de historia. Nada dice de la dictadura de Primo de Rivera o de la llegada de la República. Murió en 1936, a su vuelta de un viaje de América, en la más absoluta miseria, en un hospital de beneficencia en Barcelona.

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