jueves, 19 de febrero de 2015

Santiago

      
         “Soy cada vez más consciente, desde hace unos 10 años, de las muertes que se producen entre mis contemporáneos. Mi generación está ya de salida, y cada fallecimiento lo he sentido como un desprendimiento, un desgarro de parte de mí mismo. Cuando hayamos desaparecido no habrá nadie como nosotros, pero, por supuesto, nunca hay nadie igual a otros. Cuando una persona muere, es imposible reemplazarla. Deja un agujero que no se puede llenar, porque el destino de cada ser humano —el destino genético y neural— es ser un individuo único, trazar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte”. (Oliver Sacks).


            Se mudó de muy joven, recién casado, de un pueblo rebozado de blanco, en la verde llanura de los viñedos manchegos, a la gran ciudad. No eran los mejores tiempos, a los recién llegados se les confinaba en Montjuich, si nadie daba cuenta de ellos se les devolvía a su región. Se estableció en un barrio obrero, en la parte alta de la ciudad, separada de los barrios ricos por una gran avenida, el Carmelo, el de los personajes de Juan Marsé, el Carmelo de los estafadores que vendían el mismo piso a más de un comprador, compartiendo casa y mínimo espacio con sus hermanos. Luego se trasladó al Besos de calles anchas y bloques nuevos, separado por otra gran avenida del Besos más aguerrido, donde vivió buena parte de su vida, donde tuvo a sus hijos. Trabajaba, al otro lado de la ciudad, junto al Llobregat, hábil artesano componiendo figuras de plástico. Tiempos duros, pero los mejores, porque los tiempos jóvenes siempre son los mejores. Con su primer nieto abandonó el Besos por Castelldefels, una vivienda amplia, más cómoda: la madurez, el tiempo lento y el sosiego del abuelo. En los últimos años, viudo, sintió la tentación de la carne, cuando se le presentó la oportunidad de casarse con una mujer cuarenta años más joven, disfrutó al principio con ese regalo, se mudó a Madrid, vivió con el pálpito de la segunda juventud que le llegaba tan tarde. Después la salud le fue minando, lentamente, la física, le mental, la moral. Corrió junto a la vida por tantas etapas que la exprimió todo lo que daba de sí. Qué más se puede pedir.

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