sábado, 14 de febrero de 2015

Pensar el siglo XX, de Tony Judt


            Si hubo tantas mentes brillantes en la Inglaterra del siglo XX, pensemos sólo en dos que ahora están de actualidad cinematográfica, Steven Hawking y Alan Turing, se debió en parte a que pudieron desarrollarse gracias a un sistema educativo que estimulaba el mérito, hasta que en los sesenta el partido laborista de Harold Wilson se lo cargó. Una de esas mentes fue Tony Judt (Londres), desgraciadamente desaparecido cuando estaba en lo más alto, acababa de publicar Posguerra, y estos dos libros que comento: Sobre el olvidado siglo XX y Pensar el siglo XX. Tony Judt fue diagnosticado de ELA, una enfermedad paralizante y degenerativa que iba a impedirle realizar sus proyectos, entre ellos una historia intelectual y cultural del siglo XX, cuando Tom Snyder (Ohio) le propuso una larga conversación grabada en la que Judt pudiese desarrollar los temas que tenía previstos. Pensar el siglo XX se estructura como una larga conversación en capítulos, donde Judt hace recuento de las sucesivas etapas de su propia vida y posteriormente en diálogo con Snyder recorre los sucesos más importante del siglo, los debates intelectuales que suscitaron, cómo los enfocaron y se comprometieron las figuras señeras de cada momento, qué errores o aciertos cometieron.

            Tony Judt aparece como un moralista en el sentido francés del término, un intelectual que no sólo intenta entender lo que sucede sino que tiene sus propios puntos de vista y se compromete con la verdad de su tiempo, no una verdad abstracta o superior, tan propia de las ideologías del siglo, sino con una que tiene que ver más con la bondad que con el bien, en línea con intelectuales como Zola o Mazaryk, la verdad son los hechos.

            Cómo caracterizar el siglo XX. Para Hobsbawn fue el “breve siglo XX”, aquel que nace con la revolución comunista de 1917 y se cierra con la implosión del mundo comunista de 1989. La visión de Tony Judt es más amplia, como muchos, ve el siglo oscuro de la desdicha que va de la masacre de Armenia a la de Bosnia, el siglo de los execrables dictadores, Hitler y Stalin, el de las guerras que destrozan Europa, que enlazan con el siglo XVII, pero también es el del progreso y las reformas que continúan las del siglo XIX, un siglo que gracias a la medicina, a la democracia y a las instituciones permite al hombre una vida más larga, más saludable y más segura. Durante una parte del siglo la alternativa estuvo entre el comunismo y el fascismo, un fascismo como el italiano que buscaba la modernidad mediante un régimen autoritario y, al menos hasta 1938, sin racismo. Parecía imposible que al final fuese el liberalismo, victorioso en las guerras, el que conformase el mundo de la posguerra, mostrando que tanto él como el capitalismo eran los que mejor se adaptaban a la nueva realidad.

            La biografía de Tony Judt (1948) es paralela a los grandes acontecimientos del siglo XX. Como judío en sus años jóvenes acompañó a los sionistas en el sueño de fundar una sociedad socialista en los kibbutz israelíes, aunque pronto comprobó que eran pequeños oasis en una sociedad militarizada y asilada del medio histórico y geográfico en que estaba instalada. Viniendo de la clase media baja, de padres judíos de la Europa del Este, pudo gracias a su esfuerzo y capacidad llegar al King’s College de Cambridge donde se formó como marxista. Fue profesor de historia en universidades inglesas, francesas y americanas y desde ese observatorio asistió a los cambios que se produjeron en la posguerra y que le llevó a producir su libro mas aclamado, Posguera.

            Al Estado de Israel le acusaba de explotar políticamente una narrativa victimista, de comportarse como un adolescente que trata de disimular sus debilidades con arrogancia. Los sionistas venían del cosmopolitismo centroeuropeo y vivieron como una tragedia el hundimiento del imperio habsbúrgico y su sustitución por los Estado-nación de 1918 y trasladaron su ceguera, no ver que ese imperio era una civilización urbana inserta en un imperio rural, a un Israel incapaz de aceptar la realidad demográfica que le rodeaba. Algo parecido a lo que les sucedió a los ingleses que se empeñaban en mantener un imperio por encima de sus posibilidades. Churchill, por ejemplo, fue sordo y ciego a la inevitabilidad del declive imperial inglés.

            Del periodo de entreguerras lo más llamativo fue el colapso económico, la economía europea no volvería a los niveles de 1914 hasta mediados de los 70, un declive que duró 60 años, con dos guerras mundiales y una depresión sin precedentes. La gran depresión tuvo consecuencias inesperadas y dramáticas: destruyó la izquierda política, prácticamente toda Europa estaba gobernada por conservadores. Lo peor fue la determinación de los regímenes dictatoriales de convertir las economías nacionales en autosuficientes con Hitler, Stalin y el fascismo. Muchos jóvenes vivieron el fascismo como un movimiento moderno, tenía el atractivo de oponerse al padre banquero sin dejar de disfrutar de los privilegios de la infancia y la rebelión juvenil.

            Algo parecido sucedió con el comunismo. La entrega acrítica de los intelectuales a la iglesia comunista se basaba en un estilo religioso de pensar, así como el abandono del partido fue un proceso parecido a la pérdida de la fe. “Orgulloso de haber sido comunista y de dejar de serlo”, se decían. El tipo de verdad que buscaba el creyente no cuestionaba la fe con pruebas presentes sino con resultados futuros, un futuro que estaba garantizado. “El marxismo merecía atención pero estaba desprovisto de perspectivas políticas o valor moral”. “Es muy duro, tenemos que tomar decisiones difíciles, no tenemos más remedio que hacer cosas malas, es la revolución. Si debo salvar tu alma debo torturarte y hasta matarte”.

            Parte de la reflexión de TJ tuvo que ver con el papel del intelectual, el francés acrítico comprometido con el estalinismo como ejemplo prototípico. Lo estudió en Pasado imperfecto y en estos libros vuelve sobre ello. Los intelectuales de posguerra se inventaron un mundo a su propia imagen, que no se correspondía con la realidad. “El único colaboracionista bueno es el colaboracionista muerto”, decía Simone de Beauvoir. Pero no todos eran iguales, Raymond Aron escribía en 1950: “la ridícula sorpresa es que la izquierda europea ha tomado a un constructor de pirámides por un Dios”.

            TJ, muy crítico con la guerra de Iraq, se preguntaba ¿Es la democracia la solución para las sociedades que no son libres? Según él, la democracia llegó después de la constitucionalidad, la democracia actúa sobre una previa sociedad liberal ordenada, como el mercado libre lo hace sobre un capitalismo próspero y bien regulado, alertando sobre el sueño de llevarla a países donde no se dan las condiciones. También avisaba que la democracia tiende a producir políticos mediocres que tienden a ocultar las verdades desagradables.

            Con respecto al siglo XXI veía una triple inseguridad: la excesiva libertad económica, el cambio climático y el comportamiento impredecible de ciertos estados. Creía que en la política socialdemócrata estaba la solución, una política de cohesión social sustentada en el bien público: trasporte y sanidad públicos, fiscalidad equitativa y alertaba de la erosión de la sociedad mediante la política del miedo.

            Y una frase apropiada para los tiempos convulsos en que vivimos: “La historia registra que no hay nada tan poderoso como una fantasía cuyo momento ha llegado”. (Es una paráfrasis de Víctor Hugo: "No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo".)
 

No hay comentarios: