Se
cumplirán este año que viene los cuatrocientos años de la primera impresión de
la segunda parte de El ingenioso hidalgo
don Quijote de la Mancha. Para celebrarlo, Andrés Trapiello acaba de
publicar la segunda de sus aventuras cervantinas, El final de Sancho Panza y otras suertes, y para celebrarlo yo me
voy a la primera que publicara el escritor leonés en 2004, Al morir don Quijote, que a su vez celebraba el nacimiento de Don
Quijote.

La novela se lee de corrido y da
mucho placer ver la huella cervantina, la glosa de episodios famosos del
Quijote que los personajes recuerdan o comentan o han leído en el primer
volumen que ha aparecido o porque han vivido los episodios del segundo que
dicen ha de aparecer, así como el aire de la época, la cadencia del español de
entonces, el riquísimo léxico y construcción sintáctica y a los mismos
personajes de Cervantes que Andrés Trapiello ha sabido devolver a la vida y a
la muerte, tan veraces como si el propio Cervantes estuviese aun tras ellos.
Trapiello es fiel a Cervantes pero también se toma licencias dando nueva vida a
esos personajes que descubren enamoramientos insospechados o habilidades que no
aparecían en el original cervantino, por ejemplo cuando Sancho se pone a leer
sus propias aventuras, o personalidades torcidas como el mozo Cebadón o el escribano
Alonso De Mal. Algunos adquieren vuelo y complejidad como Sancho de quien nadie
se burla o heredan el espíritu aventurero de Don Quijote, tal el caso de Sansón
Carrasco o del ama Quiteria que confiesa haber estado enamorada del hidalgo y
sale a vivir su propia aventura. La novela acaba donde parece que ha de
comenzar esta última que Trapiello acaba de publicar, El final de Sancho Panza y otras suertes, embarcando a los
personajes cervantinos hacia América. Una de las maravillas de esta novela es
cómo el autor ha sabido fundir aquel español de Cervantes con el que hoy
hablamos y escribimos sin que nada chirríe, al contrario, actualizando palabras
y frases que enriquecen nuestro idioma. Ah, y para leer este libro no hace falta
haber leído el de Cervantes, aunque es probable que si no se ha leído al lector
le entren ganas de acometer la lectura del primer Don Quijote.
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