lunes, 20 de octubre de 2014

Camino 14


          Boadilla - Carrión. No tienen precio los días soleados, otoñales, que alfombran nuestros pasos, tan jubilosos que animan a no detener la marcha y hacer más kilómetros. Porque una de las claves del camino es la marcha, el ritmo que los pies metronómicamente van imprimiendo al día, llevando al cuerpo hacia el lugar que sea, por encima de los dolores, viejos y nuevos, por ejemplo esa rodilla que cada día vuelve a la queja a partir del km 20 y me obliga a cambiar de ritmo. No es de extrañar que haya gente que se enganche, que se dope con ese ritmo machacón y uniforme que te lleva hasta hacer de la vida mero caminar, caminar y caminar. Al fin y al cabo qué es la vida sino la marcha diaria, los quehaceres rutinarios, el ir inconsciente hacia donde sea. Pero para que el dopaje sea completo falta acallar la mente. Eso debía suceder en la segunda semana de la marcha, cuando domeñado el sufrir del cuerpo, la mente va quedándose ciega y muda, ajena al trajín de los hombres y las ciudades. Algo de eso he comenzado a entrever hoy, cuando siguiendo el consejo de mi amiga N. me he adelantado al grupo con el que he marchado estos días. Si ayer, desde Hontanas hasta Boadilla, la música tonta con altavoz mochilero de Daniel impedía el silencio, hoy solo, junto a la vera del canal de Castilla hasta Frómista, en Frómista frente al edificio más bello de España, por los senderos de Tierra de Campos, en la plaza ante la maravilla de la portada de Villalcázar de Sirga, he comenzado a conquistar el silencio. El silencio no se entrega, se conquista con gran esfuerzo, hay que merecerlo, trabajarlo con tesón. Y las compañías en el camino no son siempre buenas. Hay que ser egoísta. Hacer el vacío en la mente, qué difícil.

        Por las calles de Carrión, ante la portada de la Iglesia de Santiago, en la plaza, ente la Iglesia de Santa María, en el patio del albergue, amplio y luminoso, he sentido algo parecido a la paz.

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