domingo, 21 de septiembre de 2014

Vanessa Winship en San Benito (antes en Mapfre)




            La conmoción estética golpea donde quiere. Vanessa Winship, fotógrafa, 1960. Enseguida me siento concernido. Hay demasiadas fronteras en el mundo, qué locura querer levantar más. Para mí la única frontera es el propio mar, dice, todas las demás son construcciones humanas. Tres cosas me llaman la atención en esta exposición de la fotógrafa británica a la que llego por casualidad. La autenticidad, el blanco y negro para paisajes actuales y sus confesiones, añadidas a las fotos. 


          No veo postizos, añadidos o preparados en sus fotos, parece fotografiar sobre la marcha, lo que le sale al paso, aunque es evidente que va buscando algo, si no qué sentido tendría hacer esas series sobre países, ciudades o paisajes. Georgia tras la guerra con Rusia, los países cuyas costas circundan el Mar Negro, Albania y Kosovo tras el desastre, escolares en Anatolia, Jackson en los USA, Humber, la localidad donde nació, Almería. La cualidad del blanco y negro está en el despojamiento y en el orden. El blanco y negro convierte el presente en memoria, lo despoja de la prisa, lo ordena, le da un sentido que quizá no tenga o que el color nos impediría ver. Lo que sus textos añaden se ve perfectamente en las pequeñas frases que se añaden al vídeo que acompaña a la exposición al final del recorrido, frases sueltas que puntúan las fotografías seleccionadas, que traspasan la conmoción que ella siente en esos lugares al espectador de sus fotografías.

“Estuve en Georgia por primera vez en 2003, poco después de la Revolución de las Rosas. Como tantos otros lugares con un sentido de su pasado, Georgia era un país que parecía enamorado de la idea que tenía de sí mismo. Un lugar donde la gente se siente a gusto celebrando su buena fortuna y la belleza de la tierra que habita cuando ve representaciones de sus imágenes, desde los muros de sus iglesias y catedrales hasta los retratos a tamaño natural de seres queridos en medio del paisaje, pintados para conmemorar la vida que una vez vivieron. Bajo la superficie de esas celebraciones hay también una especie de melancolía, una sombra que inevitablemente contrasta con ese romance insostenible. Es un lugar que literalmente se desmorona bajo el peso del conflicto y el colapso económico postsoviético”.

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