Se le veía
en la cara a Ramón Fontseré, al salir a saludar, el deseo de agradar y también
la decepción, tras la representación de la novela ejemplar cervantina El
Coloquio de los perros, convertida en teatro en el Romea de Barcelona. A
medias, todo a medias. A medias, siendo generoso, la platea del teatro. Debe de
ser frustrante para el actor y ahora director de Els Joglars tan parca
acogida en esta vuelta a casa del grupo. A medias la adaptación de la obra de
Cervantes. Sé que es difícil traer a la actualidad una obra como esa, mantener
una parte del texto y hacerle decir cosas que sirvan hoy. A medias la mofa y escarnio
de las muchas estafas morales de nuestra sociedad. Fontseré, con Badella y
Martina Cabanas, ha optado por una fina estilización de distintas radiografías
sociales, buscando la sonrisa, nunca la carcajada de otras veces, tan fina que
apenas cala. Se echa en falta la dinamita de anteriores montajes del grupo.
Dos perros,
Cipión y Berganza, recogidos en una perrera municipal, consiguen en una noche
mágica el don de la palabra para contar a un segurata, Manolo, los sucesos de
su ajetreada vida, por la que van pasando amos pijos animalistas, pastores más brutos
que los propios perros, cirujanos plásticos o policías de aeropuerto.
La
escenografía es suficiente, un alargado banco rectangular en medio de la escena
en el que se sientan, pasean o tras el cual se cambian los actores, algo de
vestuario y muchas máscaras y una luminotecnia para subrayar los cambios en la
noche mágica, lo justo para que resplandezca la palabra, el diálogo que es lo
que se espera de un texto como este. Lo que pasa es que la adaptación del texto
cervantino no tiene la suficiente enjundia. Los diálogos no siempre son
brillantes y a la trama le falta calado. Breves apuntes de su relación con cada
uno de sus dueños y más breves las referencias a las transiciones de uno a
otro. Salva la función, sin embargo, la actuación de los cinco actores,
Fontseré y Pilar Sáenz, haciendo de Cipión y Berganza, están magníficos con ese
hallazgo del balbuceo-aullido para pasar de los ladridos al habla, el
movimiento de las manos-patas delanteras, los gestos, la ropa, en especial los
cinturones rabo, como lo están también Dolors Tuneu y Xavi Sais en sus
múltiples papeles, desde perros modernos y locos a los diferentes dueños de
Cipión y Berganza, cada uno con una máscara que caricaturiza la deformación
moral que representan.
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