domingo, 9 de marzo de 2014

Nebraska

        
Temporada de perdedores. Parece que el cine de Hollywood ha decidido hablar de los perdedores, y no perdedores poéticos y heroicos al estilo clásico sino perdedores sin más, sin gesto heroico que los salve, gente del pueblo que no ha tenido ocasión de alzar el vuelo y mirar el paisaje humano desde una peana. Así la reciente Inside Llewelyn Davis, de los hermanos Coen, o el documental sobre un músico que pudo haber sido y no fue, Searching for Sugar Man, o la recién estrenada peli alemana Oh, Boy. Aunque quizá los perdedores más genuinos sean los de Nebraska. Un puñado de gente que nació y se crió para no salir del bando de los que siempre estarán abajo. Si uno mira alrededor, incluso dentro de sí mismo, se encuentra con los tipos que salen en Nebraska: trabajos de mierda, pensiones de mierda, gente fea y desagradable que no está por cederte el paso al salir del metro o subir al bus, individuos que te ven como un intruso cuando te cruzas delante de ellos, dispuestos a la bronca y al engaño, malhablados, insultadores, pero también gente que no puede con ellos, que cambia de acera cuando los ve o que directamente se achanta y consiente y cede.

            En Nebraska la anécdota que mueve la historia es un pobre viejo con las facultades mermadas que cree que el recibo que una empresa de otro estado le ha enviado a su nombre, asegurando que le ha tocado un premio de un millón de dólares si se suscribe a unas revistas, es auténtico. Como no está para conducir se empeña en recorrer las 750 millas a pie, una y otra vez, después de que le detenga la policía, la cascarrabias de su mujer o sus hijos. Emperrado como está, a uno de sus hijos no le queda otra que dejar su trabajo unos días y llevarlo en el coche para que se percate por sí mismo de la estafa. La peli es una road movie en la que suceden muchas cosas, entre otras una parada en el antiguo pueblo donde antes había vivido la familia. Allí reencontarán a todos los frikis imaginables: familiares avejentados y gordos cuyo pasatiempo en beber cerveza en la barra del bar e inmediatamente después sentarse en un butacón a ver la tele, vecinos que recuerdan cosas bestias y desagradables de otros tiempos, todos reclamando fama para el pobre viejo del que esperan obtener parte de su anunciada fortuna. La rudeza de esta gente es a ratos hilarante aunque en realidad habría que llorar antes de preguntarse cómo han llegado hasta ahí y dónde está el remedio.

Nebraska juega con la poética de los profundos y hermosos paisajes horizontales y planos del medio oeste americano, en  blanco y negro, con una música melódica igualmente poética y un montón de tipos raros, desacostumbrados en el cine, pero verosímiles en la vida real.

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