martes, 4 de marzo de 2014

Inside Llewyn Davis


            Inside Llewyn Davis es una película áspera, áspero el guión, ásperos los personajes, y los intérpretes a los que les falta no sólo sonreír, también algo de humedad que haga de pegamento entre ellos y los acerque y empape al espectador. Es verdad que el guión está diseñado para que sea así, tristón, desesperanzado. Al personaje principal, un joven músico de folk, inspirado en Dave Van Ronk, un músico de más influencia que éxito comercial, en el Greenwich Village de comienzos de los sesenta, no le sale nada bien en la vida: sus novias, su familia, sus amigos se alejan o se desprenden de él, le dejan que vaya cayendo, que vaya rodando por la calle del frío invierno, con la guitarra a cuestas, que vaya desesperando, perdiendo todas las oportunidades para hacerse escuchar como músico. Hay un desencuentro entre la forma comedia que adopta la peli y el deslizamiento hacia la desesperación, una especie de comedia amarga, muy amarga, sin gratificaciones, sin sonrisas. Los supuestos momentos cómicos no acaban de funcionar como en otras pelis de los Coen, esa especie de humor surrealista que se desprende de la sequedad, situaciones jocosas de momentos dramáticos, en los que se podría aplicar la expresión maldita la gracia. Aquí todo es desconcertante, como ejemplo esa larga secuencia en el interior de un coche de camino hacia Chicago, entre el gordo John Goodman, otro personaje áspero que cuenta historias a las que no se les acaba de encontrar el asunto, junto a la ronca y seca voz de Garrett Hedlund, un poeta de pocas palabras, conduciendo el coche, y el intrigado y asqueado prota que no sabe cómo reaccionar ante los monólogos sin sentido o ante la extraña aparición de la patrulla de policía en la autopista que se lleva sin más al taciturno poeta. Ese tipo de escenas en otras ocasiones levaban a la sonrisa, a la carcajada incluso, pero aquí lo que queda es una especie de perplejidad sin respuesta, sin elemento tonificante, empático. No hay manera de trabar amistad con estos personajes, con el prota, Oscar Isaac, y sus canciones folk, la mayoría versiones de clásicos, con su voz oscura, poco simpática y el gesto siempre amargo, con ese personaje interpretado por Carey Mulligan, tan guapa de morena como siempre enfadada, maltratando al prota, echándole de casa, insultándole sin piedad. Las canciones podrían ser tonificantes, pero no lo son, resultan largas, pesadas, aburridas como toda la peli, a la que el mejor adjetivo que le calza es desconcertante. La música sólo es una excusa para mostrar un paisaje desolado, unos personajes extraños, perdidos, una música que parece ir a ninguna parte, aunque anuncie la llegado de lo nuevo en la aparición de un jovencísimo Dylan, con el único punto de empatía del gato que el prota pierde y recupera, aunque eso ya lo vimos en Desayuno en Tiffany’s.


            ¿Qué han querido hacer los Coen con esta peli, manteniendo la forma comedia, contando una historia tan triste, en la que no aparecen los elementos que den pie a la sonrisa, pero tampoco los que permitan simpatizar con un protagonista al que todo le sale mal? Frío, noche, oscuridad. Bien filmados, bien medidos, bien ritmados, pero extraños. Quizá no la haya visto en mi mejor momento, quizá haya algo más de lo que yo he visto.

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