
12 años
de esclavitud me recuerda mucho a La lista de Schindler. La
estimulación del sentimentalismo no sirve para aprehender un suceso, sólo para
satisfacer la buena conciencia, llorar, reír, un suspiro. Y sin embargo, operaciones de este tipo,
aprehender un hecho histórico de gran relevancia es necesario, una exigencia
cultural, política y moral que debería repetirse cada cierto tiempo: el genocidio
nazi, la esclavitud, el gulag. Cada generación debe aprehenderlo de nuevo. Pero
el empalago sentimental al reducir un tema tan vasto a una peripecia personal, no
es el mejor método, no moviliza el espíritu, no activa la conciencia de quien
se ve corroído por la sentimentalidad. Es evidente que la mayoría de la
población no va a sumergirse en sesudos
ensayos para comprender esos asuntos. Pero sí que hay una vía más fácil y
atractiva: los documentales. Estos últimos años se están haciendo documentales
magníficos, cinematográficos, con tanta fuerza como una buena película. Esa debe
ser la vía, creo.
Como
película 12 años de esclavitud no puede decirse que sea mala, al
contrario, está muy bien hecha, con un original tratamiento del sonido y del
encuadre, también del montaje en la primera parte de la peli, con mezcla de
tiempos y espacios, luego parece que el director se cansa, aunque, creo, peca
de esteticismo: los campos de caña y de algodón, los retratos colectivos, la exuberancia vegetal,
las casas ricas y pobres, una sucesión de encuadres con voluntad pictórica, a
menudo enfática, como en esos primeros planos del protagonista no
necesariamente significativos. Y qué decir de los actorazos que salen, un montón,
todos buenos, como el prota, Chiwetel Ejiofor, o el tipo que compone Michael
Fassbender tan original, tan único. Hay un regodeo en la brutalidad de los
amos, como si todos fuesen psicópatas, en el sufrimiento de los esclavos y esclavas, apelaciones a la piel no a la razón, a la indignación a la que cada uno de
nosotros estamos dispuestos sin mayor gasto.
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